EL arbitraje es un oficio que le obliga a cualquiera a moverse en el alambre. No hay manera de sacudirse los celos y recelos de los unos, las desconfianzas de los otros. Incluso en deportes mas caballerosos que el fútbol, si es que se puede decir así, como el baloncesto se producen situaciones delicadas, momentos en que los focos le señalan a uno y no hay manera de esconderse.

No lo quiso hacer nunca Juanjo Neyro, un árbitro de baloncesto que lució su personalidad con aquellos bigotes propios de un capitán de los husares. Le reconocían a distancia y a él, según decían algunos cercanos, no le importaba en absoluto. ¿Era uno de esos que llaman árbitro protagonista...? Quién sabe. Desde luego algunos seguidores del basket dirán que sí, que por supuesto. Otros subrayarán su intensidad en el arbitraje, siempre atento a la escrupulosa contemplación de las reglas.

¿Escrupulosa, he dicho? No me extraña. La historia que le llevó a las portadas de medio mundo comienza años antes de su desenlace. Y no hay pruebas de que se trate de un causa-efecto clásico y comprensible. Les cuento.

Corría el mes de septiembre de 1986. Y se jugaba el Memorial Héctor Quiroga en Puerto Real, entre Real Madrid y Cibona. Drazen Petrovic, entonces jugador del equipo de Zagreb, pierde los papeles. Descontento con las señalizaciones del colegiado, le escupió por partida doble, algo que acarreó, lógicamente, su expulsión. Neyro solicitó entonces la expulsión definitiva de Petrovic del torneo. Cibona gana el partido y se clasifica para la final pero Neyro afirma que Petrovic no podrá jugarla. El alcalde dice que sino juega Petrovic, no paga. Total, se improvisa una reunión y se constituye una especie de Comité de Competición formado por el alcalde, Eduardo Portela y José Antonio Arizaga. Tras muchas horas deliberando, redactaron una nota de prensa en la que más o menos se podía leer algo así: “Reunido el Comité de Competición ha resuelto por unanimidad sancionar con la mayor multa conocida hasta ahora en el basket a Drazen Petrovic, 200.000 pesetas (estamos a mediados de los ochenta), pero podrá disputar la final”.

Pasan tres años y llega la final de la Liga ACB 88-89. Barcelona-Real Madrid, con Drazen ya vestido de blanco. Era la llamada Liga de Petrovic y quedó convertida en la Liga de Neyro habida cuenta que el árbitro bilbaino eliminó a siete jugadores madridistas (Petrovic incluido), dejando a los blancos con solo cuatro hombres en pista en el quinto y último partido de la final: 96-85 y 3-2 para el Barça. Piensen lo que quieran.

La realidad es que no hay prueba de que aquello fuese una vendetta sino un arbitraje exigente. Neyro, no obstante, fue un hombre valorado en el mundo del basket. Alumno de Escolapios, entró en el mundo del arbitraje en 1966. Llegó a la máxima categoría doce años después y permaneció en ella durante dos décadas exactas, con la internacionalidad adornando su palmarés en el último quinquenio de su carrera. Cuenta la gente que vivió a su lado que las dificultades no las tenía sobre el parqué sino en las pruebas físicas, habida cuenta que arrastraba problemas de asma. Recuerdan, además, que siempre presumía de bilbainía.

Alcanzó la internacionalidad, como les dije, en 1984 y dirigió 421 partidos en la máxima categoría, pero aquella polémica actuación acompañó a Juan José Neyro el resto de su carrera arbitral, a la que puso fin en 1999. La muerte le sorprendió en su domicilio de Bilbao por un repentino infarto. Tenía 58 años. “Era un árbitro valiente. Su carácter se nos quedó marcado a muchos en nuestros inicios”, aseguró entonces José Luis Sáez, presidente de la Federación de Baloncesto.