Bilbao. Su padre fue un pionero de la cirugía estética en la España de los cincuenta y su biografía cuenta que la niña Amalia se entretenía en la consulta que se hacía en casa, preparando gasas junto a sus hermanas y poniendo polvos de talco a los guantes, antes de la esterilización. Hoy, Amalia Lafuente es catedrática de farmacología e investigadora y busca en la literatura un refugio para un mundo tan milimétrico como el suyo. En su segunda novela, Terapia de riesgo, habla de cirugía estética, del deseo de inmortalizarse, de procedimientos sanitarios dominados por los intereses económicos.

¿Es justo eso, es peligroso?

Hay que plantearse primero si es ético. La novela es una reflexión sobre el paso del tiempo y se extrae una conclusión: lo bueno es aumentar los años de vida pero con salud.

Vivir hasta superar los 100 años por costumbre... ¡Quién lo diría!

¡Y quién hubiese dicho hace medio siglo que viviríamos hasta los 80! No es ninguna revolución, es algo que la humanidad ya ha vivido.

Pero tan longevo, sin que te acompañen ni los tuyos ni tu tiempo... ¡Qué triste!

Es verdad que el entorno es muy lábil y es normal tener añoranzas, pero te adaptas. Lo importante es que tu generación te acompañe.

¿De qué peligro nos anuncia su novela?

El control de la investigación, que es muy superficial. No se controlan ni los procedimientos ni la veracidad de los resultados.

¿Se busca negocio?

La palabra negocio también tiene connotaciones negativas.

A esas connotaciones me refiero...

El riesgo que veo es que en la medicina pública está protocolizada, todo medido. Y en la medicina privada se pierde ese control.

Usted habla de médicos así, descontrolados...

Para la construcción de la novela tiene que haber personajes contrapuestos que generen tensión. Pero tampoco son el modelo más común.

Ni médicos de ciencia ficción, me temo...

Tampoco. La tipología existe. Hay médicos que se mueven por intereses económicos, sobre todo, en la privada y hay lo que yo llamo médicos excelsos, preocupados por su prestigio, por su reconocimiento.

¿Son buenos médicos?

Son buenos profesionales, pero buenos médicos... ¡No lo sé!

¿Qué les falta?

La humanidad, la relación humana. Se está planteando en las facultades meter la asignatura de comunicación con el paciente. Existe la preocupación por ese tema.

Y ahora que vamos a vivir más... ¿Aspiramos a la inmortalidad?

Ahí está la telamerasa que se conoce como la enzima de la inmortalidad. La gran investigadora María Blasco me ha escrito en su último e-mail que ya está el fármaco.

¿No existe el riesgo de que los médicos, entonces, se crean dioses?

Hay algunos médicos de esos que llamo excelsos que caen en esa tentación de creerse pequeños dioses. ¿Le puedo contar un chiste que corre por los quirófanos?

¡Dele!

¿En qué se diferencian Dios y un cirujano...?

¿En qué?

En que Dios no sabe operar.

¡Acabáramos! ¿Se ha planteado en alguna ocasión consagrarse a la literatura en detrimento de la investigación?

No. Y no podría hacerlo en estos momentos. Estoy en el punto álgido de mi carrera como investigadora y estoy al cien por cien comprometida con mi equipo.

¿Dejar de escribir, entonces?

Tampoco. Escribir me sirve como válvula de escape.

Pero los días son de 24 horas...

Yo tengo tres hijas y ya no las tengo. No se imagina, para una madre, la cantidad de tiempo que se libera cuando las hijas se independizan.

¿Y cambiar de atmósfera, saltar a otra temática?

¿Para qué? No hay mucha gente que se dedique a estos temas.