Discípulo y maestro
Urrutikoetxea se cruza hoy en la semifinal del Manomanista con Aimar, su mentor en los entrenos
bilbao. Con Goizueta verde por la proximidad del verano, sentado sobre el puente que supera el Urumea, Aimar Olaizola apuraba las últimas fechas de una de sus finales del Manomanista, la de 2011, la del éxtasis de Xala, aquella maravilla digna de un monumento. Ahí se confesó sin ambages. "¿Que qué pelotari joven veo que tiene oportunidades de ir para arriba? Para mí Mikel Urrutikoetxea es un chaval que tiene grandes condiciones para jugar en el mano a mano; así como en el Cuatro y Medio. Siempre que puedo intento entrenar con él", desvelaba bajo el sol de su pueblo. Por aquel entonces, el zaratamoztarra no era un recién llegado. Mikel tenía apenas 22 años y ya se había coronado en Segunda y disfrutaba de buenos momentos en los individuales de Primera, a donde había accedido por méritos propios. Además, su empresa, Asegarce, le mimó lo suficiente para dejarle mejorar poco a poco, macerarse en el verde, donde mejor uno alumbra su destino. Era él, un jovencito vizcaino, espigado y delgado, la promesa. El dedo índice del mejor pelotari del momento le señalaba. Pues bien, dos cursos después, se ven las caras maestro y discípulo, en las semifinales del Manomanista y en el Bizkaia, a partir de las 18.30 horas (Nitro). "En los entrenamientos casi siempre me gana", confirma el goizuetarra. No se moja Aimar, prefiere ceder la presión. Nada nuevo. Sin embargo, la voz autorizada del vizcaino explica que "de blanco la cosa cambia. No le gano siempre".
Parte de la evolución tan repentina de Urruti la tiene Rubén Beloki en capilla. "Se ha dado cuenta de que en los entrenamientos es capaz de ganar a cualquiera y eso le ha dado fuerzas para levantarse", confirma el Látigo de Burlata. Una personalidad más que autorizada dentro del Manomanista y del frontón. Atado al juego a bote y al garrote de sus brazos, eso viene de serie, Mikel fue nombrado esperanza vizcaina cuando apenas le había salido barba dentro del ruedo profesional, pero comentaba a DEIA el zaratamoztarra que "esas cosas no me gustan. Eso hay que demostrarlo en la cancha. Igual en ciertos momentos me ha costado un poco progresar por las manos. En los últimos meses me he encontrado mejor, pero para hablar de una promesa o esperanza hay que seguir demostrándolo. Mejor ser una realidad que una esperanza". Y entonces, deslumbró este Manomanista: venció a Yves Xala en Arrigorriaga en el mejor partido del presente torneo -por acierto y pelea- y después a Mikel Idoate en el duelo más peloteado de la última década dentro de la distancia. De esperanza a realidad.
Y de realidad, a soñar. Delante espera Aimar Olaizola, un titán al que no le ha acompañado la chispa. En su primer partido sufrió lo indecible frente a Abel Barriola. El saque y el saque-remate le salvaron de la quema, porque en todas las demás facetas del juego el leitzarra fue más. Incluso, llegó a afirmar al término del encuentro Abel que "nunca le había pegado tanto con la derecha". Ocho restos al colchón y varias pelotas servidas fueron su tumba. Porque Aimar si algo tiene, es que no perdona. Sin estar en su mejor versión se maneja en las posturas de aire, sobre todo con la izquierda, de modo letal. Es fruto del entrenamiento y de su condicionamiento genético. Es indudable que ha nacido para ser una máquina de jugar a pelota.
castigar atrás Aimar eligió a Mikel Urrutikoetxea para entrenar hasta ahora porque le obligaba mucho con las dos palancas privilegiadas que porta. No obstante, al ver cómo sufría en el peloteo contra Abel, las opciones del delantero vizcaino suben como la espuma: su capacidad de sufrir ha aumentado y las oportunidades de Mikel pasan por evitar que Aimar coja pelota delante y tenga que trabajar con la volea defensiva. Es decir, golpear atrás hasta que Olaizola II deje de funcionar. Además, la mano derecha del goizuetarra es toda una incógnita, por lo menos de puertas para afuera; aun así, lo que es seguro es que si el pelotari navarro se viste de blanco es que está bien y se mide a Mikel con todas las consecuencias de la decisión. Entrenó el lunes su diestra en el Bizkaia y admitió en la elección de material que "no voy a tocar pelota hasta el día del partido". Así que la única referencia de Olaizola es la del Labrit. Y no es del todo positiva. A pesar de la victoria, se esperaba su versión rompedora, de demolición.
El material, considerado por los dos pelotaris como "vivo", es otra de las bazas para que el pelotari de Zaratamo pueda colarse en una final del Manomanista después de 31 años de sequía vizcaina en estas lides -en 1982 llegó Roberto García Ariño y cayó en el intento frente a Retegi II; el último campeón fue cinco años antes, en 1977, Iñaki Gorostiza-. Si la pelota no se queda en el frontis es más complicado que Aimar pueda gozar con el gancho de izquierda. Pero, Aimar es Aimar. Y su saque, un arma mortal. "No es rápido, no es fuerte, pero técnicamente es muy bueno: coge altura, pared y es muy largo", comenta Josetxu Areitio, que compartirá silla con Mikel. En esta suerte, Olaizola II ha sabido adaptarse para evitar que sus contrincantes entren de aire y tengan que restar a bote entregando pelota. De este modo, el saque de Aimar tendrá una importancia capital en una modalidad en la que cada vez está teniendo más incidencia sobre el resultado final el primer servicio: saques, saque-remates, tacadas... Y, muchas veces, poco peloteo. Esto no le interesa a Mikel. Y más con lo que ha mejorado físicamente y la manera en la que acabó el partido contra Idoate, castigando con las dos manos como si fueran los primeros pelotazos. Ese prodigioso golpe es la llave.
Las apuestas, locas por aimar Asimismo, solo con la presencia del delantero goizuetarra, automáticamente las apuestas saldrán de su lado. Comenta Santi Agirre, corredor, que "saldrán tiradas por Aimar. Alrededor de 1.000 a 100 o a 150". Pese a ello, relata el artekari que "muchas veces, en apuestas que salen tan desequilibradas, el pelotari que menos cuenta acaba ganando. Además, Urruti ha mejorado mucho este último año. No es el mismo". Se conocen mucho y bien, son maestro y discípulo, pero el vizcaino quiere soñar.