TUVE la impresión de haberme encontrado con un hombre joven que ha perdido el control: borracho y sólo por la noche en un hotel de aeropuerto". En un ascensor de un hotel de aeropuerto, nada más impersonal, incapaz de acertar con el botón, sin otra compañía que la soledad, Andy Schleck, campeón del Tour, se tambalea, desamparado. La escena, deprimente, la describe Pierre-Yves Le Borgn, político francés que coincidió con el deportista en un ascensor con destino al cadalso para Andy. "Yo no soy un psicólogo, pero creo que sus problemas son algo más que problemas físicos. Andy ha estado ausente de las carreras y ahora tiene que manejar una situación compleja", alumbra, Dirk Demol, director deportivo del RadioShack, sobre la noche que empapa al ciclista, que se retiró de la sexta etapa Tirreno-Adriático, atrapado por la tristeza, agarrado al salvavidas de la botella, tal vez porque Frank, su hermano, señalado por el rastro del dopaje, era su báculo, su bastón en el ciclismo, una selva escasamente legislada, y no lo tiene cerca. Sin el lazarillo de Frank, sin su linterna y sistema de protección, la oscuridad de la realidad, tan densa y claustrofóbica, ha rodeado al joven Andy, un ciclista a contracorriente, que a pesar del laurel, el podio y la alfombra roja, siempre se sintió humano. Nunca lo ocultó. Persona antes que héroe.
Por esa vertiente, la más vulnerable, la más compleja, se relatan las biografías de muchos jerarcas de la gloria que cayeron por la ladera a un pozo de mayor o menor profundidad. Las mentiras de Lance Armstrong, el drama Pistorious, a la espera de juicio tras ser acusado del asesinato de su novia, las salidas nocturnas de Ronaldinho, el alcoholismo de Gascoigne, el divorcio de Tiger Woods, el desplome de Mike Tyson, o la conducta de varios jugadores del Real Madrid al volante, pertenecen, aunque en diferentes graduaciones, al mismo debate. Más allá de los castigos normativos que merecen algunos por el quebranto de la ley y por las consecuencias de sus actos, -Benzema ha sido castigado con una multa de 18.000 euros y 8 meses de retirada del carné de conducir por doblar el máximo de velocidad permitido- subyace una pregunta. ¿Deben ser los deportistas ejemplares también en su ámbito privado?
"La gente quiere ejemplos, modelos en los que fijarse, y en el deporte están presentes algunos de los mejores valores del ser humano como el esfuerzo, la solidaridad, el sacrificio, el afán superación... Ahora bien, trasladar esos valores a la vida privada de cada uno es otra cuestión mucho más compleja y depende de la persona", define Imanol Ibarrondo, presidente de Incoade, Instituto de Coaching Deportivo, cuando piensa en los deportistas de élite, situados por la sociedad con similar fervor, devoción y dedicación en el altar que antes ocuparon los dioses. Bajar del podio no es tan sencillo para unos jóvenes que se bañan en dinero y reconocimiento social.
excesos Enfatizados al extremo sus logros y miserias por los medios de comunicación, principal amplificador y altavoz de lo que acontece, la herrumbre de los ídolos deportivos por causa ajenas a la propia competición provoca automáticamente un sentimiento de rechazo y decepción entre la ciudadanía, contrariada y defraudada por la infalibilidad de sus dioses paganos. Unas personas a las que se les encomendó la misión de convertirse en campeones, pero a los que no se les permite falta alguna ni en su vida privada. "Aunque la adqusión de valoresse puede entrenar, la exigencia es altísima", dice Imanol Ibarrondo sobre la luminarias del deporte, erigidas en modelos de conducta. "De salida, eso es un error".
A partir de esa realidad, acertada o equivocada, se produce una reacción. "Lo más paradójico es que a muchos de ellos solo los conocemos porque aparecen en los medios de comunicación, que son los que marcan la agenda informativa y en gran medida los que señalan de qué tenemos que hablar y cómo", explica Mikel Villarreal, profesor de psicología social de la Universidad del País Vasco, sobre la gigantesca trascendencia de los "héroes visibles" en el humus de la ciudadanía, ávida de historias fantásticas, marcas imposibles y seres fabulosos no solo en su zona de influencia, la competición, sino también lejos de ella, en el terreno de juego de lo privado.
"La ejemplaridad no compete únicamente a los deportistas, no es una responsabilidad que les atañe solo a ellos como personajes públicos que son, tiene que ver con cada uno", estima Imanol Ibarrondo, consciente de que gracias a su impacto y huella en la sociedad, la aportación de las estrellas del deporte se antoja "más influyente, pero el objetivo de defender los mejores valores, ofrecer la mejor versión, corresponde a todos". Sucede que en la sociedad se impone una exquisita doble moral. "Se les exige que no fallen, pero nosotros fallamos igualmente, incluso más. A mí, si me ponen una multa por exceso de velocidad no se entera nadie. Con esto no defiendo esas actuaciones, ni mucho menos, merecen una sanción, pero entiendo que tenemos una tendencia muy marcada a criticar y enjuiciar a los demás", argumenta Ibarrondo respecto a la fiscalización que se produce del comportamiento de los ídolos del deporte, directamente proporcional al espacio mediático que estos ocupan, "de ahí que tanto el reconocimiento como el castigo sean especiales, un tanto desmedido", defiende Mikel Villarreal.
La colonización de los lugares comunes por parte de las figuras del deporte, presentes en las charlas de los amigos, de los bares, de la familia, del lugar de trabajo, inducidas en gran medida por la agenda informativa que construye el relato, conduce inexorablemente a un falsa sensación de cercanía y familiaridad, un factor desequilibrante en el modo de evaluar las conductas de los deportistas, a los que se acoge con inusitado entusiasmo. "Resulta curioso, pero la percepción de proximidad provocada por la repetida exposición de los deportistas en los medios de comunicación induce a pensar que estos deportistas nos son próximos, como si se tratara de vecinos o conocidos. Ese sentimiento de falsa familiaridad, de pertenencia, y en cierto modo de identificación con el sujeto, genera luego unas respuestas excesivas", advierte Villarreal sobre el abrazo de oso con el que la masa aprieta a las estrellas del deporte.
Ese hipervínculo, más próximo a al espacio afectivo que al racional, "provoca sentimientos más propios de relaciones más estrechas, de cercanía emocional. ¿Cómo nos puede decepcionar alguien que vive a miles de kilómetros con el que no tenemos ninguna clase de contacto?", enfatiza Mikel Villarreal sobre un fenómeno que no es nuevo, pero que ha crecido exponencialmente desde que los medios de comunicación dieron eco al deporte, una industria cada vez más próxima al entretenimiento. "Ahora las distancias no existen, todo nos resulta cercano, familiar, y ese fenómeno, multiplicador, de saber de ellos a todas horas, de conocer los detalles de su vida, resulta contagioso". Siglos atrás, en las polis griegas, donde los deportistas competían representando a sus ciudades, la función correspondía al boca a boca. "Hablamos de comunidades pequeñas, pero ya en Roma, los gladiadores tenían mucho predicamento y cuando compraban su libertad a base de ganar combates disfrutaban de dinero, mujeres y status", anuncia el profesor.
como vecinos Poco ha variado ese paisaje salvo por la "potentísisma" capacidad de los medios de comunicación para construir una realidad que consigue que el público, "perciba a los deportistas como héroes visibles", recita Villarreal. La absoluta visibilidad, el continuo escrutinio al que están sometidos, reproduce un magma en el que se solapan lo público y lo privado, como si las estrellas del deporte, debido a su rango, debieran responder a un todo sin tabiques ni compartimentos estancos. "La gente los tiene dentro de su casa, saben de ellos más que de sus vecinos, y eso produce la sensación de que son héroes, porque son extraordinarios, pero a la vez, de tan cerca que se perciben, se creen que son del pueblo". De ahí que cuando cometen un error de ciudadano se reproduce un esquema antiquísimo, inalterable: juzgar con inquina desde el púlpito de lo normativo, lo ético y lo moral. Esa reprobación pública se publicita de tal manera que el fallo de los deportistas, en ocasiones solo perjudicial para ellos mismos, se analiza, se empaqueta y se expande como si realmente afectara a nuestras vidas.
"No les conozcamos en persona, pero nos creemos que tenemos la autoridad moral para enjuiciarlos porque siempre esperamos de ellos lo mejor, no solo como deportistas sino también como personas y una cosa no lleva, necesariamente, emparejada la otra. Ese es un concepto que no tenemos claro", indica Imanol Ibarrondo, que achaca esta reacción al reduccionismo, a la simplificación extrema con la que digerimos la realidad. "Pensamos en buenos y malos. Pero nadie es del todo bueno o del todo malo. Nadie es infalible. ¿Acaso la labor de Armstrong a favor de la lucha contra el cáncer y que ha ayudado a miles de personas debe caer en saco roto porque se dopara? Etiquetamos a las personas con demasiada facilidad y eso es un error. Es mucho más complejo. Cada persona es un mundo", entona Ibarrondo sobre los héroes, los humanos y viceversa.