bilbao. Aún faltaban curvas para consumir la carrera del Gran Premio de Italia de MotoGP. Acelerones finales. A esas alturas un Valentino Rossi espoleado por los tifossi rejuvenecía y las cámaras volvían a ponerle en imagen. A diferencia de otras ocasiones, la prueba se le hacía corta y solo podía ser quinto ante sus peregrinos. Su segundo mejor resultado de la temporada tras alzarse sobre el segundo peldaño en Le Mans. Il dottore rodaba crecido, en progresión, y era atracción de los focos. Pero también era así porque Jorge Lorenzo se sentía vencedor sin oficializarlo, amén de su superioridad. Giorgio solo sabe esconder sus sentimientos cuando la situación es compleja, entonces articula serio, aparca el jolgorio, se hace hermético; cuando el contexto es divino, cuando amasaba más de 6 segundos de diferencia sobre Pedrosa y otro puñado más de renta para la clasificación general, ahí sí, se recrea. Ayer saludó con extravagancia, fastuoso y sobrado, antes de cruzar la bandera ajedrezada a la grada que otrora, cuando Yamaha amuralló su garaje, más le odió. Aunque la situación ha cambiado. Es bien distinta: Rossi actualmente bebe rutinariamente penurias; o no lo es tanto: Lorenzo vuelve a estar en su configuración más extraordinaria.

La quinta victoria de la temporada de Lorenzo no resultaría tan significativa si no es porque Casey Stoner volvió a pecar. Van dos carreras seguidas flaqueando. El australiano, jironado, está más vulnerable que nunca desde que fichara por el equipo de fábrica de Honda. Intangible en el condicionante que es su anuncio de retirada, coincide también en fechas. El vigente campeón se desangra a 37 puntos del líder. Pedrosa, 19 más retrasado, asume con firmeza el rol de enemigo que suda más cerca del mallorquín. Pero el catalán, así como en Alemania abrumó, ayer fue gaseosa. Claudicó temprano a un envite de Lorenzo que fue eterno en su empeño y consistencia.

"Al final sí hubo posibilidad de escaparse, pero ha sido difícil". El verso de Lorenzo dista de la perspectiva ajena al asfalto. Giorgio empequeñeció a Pedrosa en la etapa álgida del catalán, en los primeros suspiros. Dos curvas se estiró la condición del poleman Dani. Lorenzo maniobró y nadie más supo de él. Además, Pedrosa se quedó cortado con un Dovizioso que hizo labores de contención antes de pescar un nuevo podio después de una enconada batalla con Bradl.

Dani manejó la intimidación a distancia. Un planteamiento estéril con un Jorge capaz de fabricar décimas sin nadie aforar sus límites. Fue un juego de pizarra gestionado hasta extasiar. Pedrosa izó la bandera blanca. Se hizo un islote en Mugello.

A 14 vueltas de completar las 23 programadas, Stoner, adoptado por la frustración, por la impotencia alimentada por una mala salida, se salió a la grava y regresó décimo a la trazada para concluir octavo. Peor le fue a Spies, undécimo como continuación de los trazos de uno de los futuros más inciertos de la parrilla.

"He pensado en el disfrute", decía Lorenzo, que materializaba su estado anímico con una agitación de manos propia de un rey o un dictador, de alguien que se siente confiado porque ha montado una buena defensa sobre sus intereses.