I algo puede decirse de nuestra clase política es que tiene muy poquito de sublime en el sentido pleno de la palabra, es decir, que no es precisamente excelsa y eminente. Será quizás porque su extracción proviene mecanismos de elección harto deficientes, del tipo primarias, donde la imagen y el buenrollismo priman sobre el contenido y la sensatez, o acaso también porque la sociedad no les ha exigido a los políticos, al menos hasta ahora, seriedad en los planteamientos y promesas y poseer una buena preparación política, económica y técnica. Así que hemos llenado las instituciones de zotes que viven a base de frases, postureo y tuits. Gentes convencidas de ser grandes estadistas, que suelen carecer de la mínima formación para resolver ningún problema, pues sus únicas habilidades son trepar en su partido y, si se les deja, engañar al ciudadano. Por ello no nos debe extrañar su falta de nivel y de resultados si llegan a tener responsabilidades de Gobierno.

Como la vida política no perdona las carencias, poco a poco la mayoría de estos dirigentes van siendo acorralados por la realidad y desaparecen.

Tengo una foto en las manos. La del debate de candidatos de las pasadas Elecciones Generales del 10 de noviembre de 2019. Aparecen, de izquierda a derecha, Pablo Casado (PP), Pedro Sánchez (PSOE), Santiago Abascal (Vox), Pablo Iglesias (Podemos) y Albert Rivera (Ciudadanos).

Parece que sucedió hace siglos, y en otro planeta. El de noviembre de 2019 fue un debate de otro mundo. Hoy, con una pandemia mundial por medio, una renovada crisis económica global y una guerra en la propia Europa, poco tienen que ver la época de la que hablaban aquellos cinco candidatos y sus propuestas de entonces, frente a las necesidades de la de hoy.

Aquel día aparecían en la pantalla cinco líderes de los diversos partidos y coaliciones. El lector habrá observado que de ellos tres están ya fuera de juego. En términos físicos, lo que ha sucedido es una "sublimación política", es decir una transición directa de estos tres dirigentes políticos del estado sólido al gaseoso, sin pasar por el líquido pues no les ha dado ni tiempo a derretirse. Se han desvanecido en el aire como los muñecos de nieve en las montañas cuando hace sol.

Los tres han desaparecido del escenario político por méritos propios, dejando unas herencias complicadas.

Albert, el más joven y guaperas, que quería dominar nuestra política desde el centro, desperdició el verano de 2019 por pasarse de ambicioso una estupenda ventana de oportunidad para su partido al forzar la repetición de la convocatoria electoral. Al final se tuvo que ir a casa dejando tocado su proyecto centrista,

Luego su irreflexiva sucesora lo ha sepultado al ignorar los peligros de entrar en conspiraciones murcianas y madrileñas como los idus de marzo de 2021. A los electores no suelen gustarles quienes conspiran en las trastiendas del poder y se les pilla con el puñal preparado bajo la toga.

Otro, Pablo Iglesias, que se las da de ser el más listo de las izquierdas y se veía como un nuevo Lenin, olvidó que, si la naturaleza si tiene horror al vacío de materia, la política lo tiene aún más horror al vacío de votos.

Su caótica y personalista gestión consiguió que su marca política sea un ejemplo de lo mal que puede acabar un gallinero de egos desunidos. Al final nuestro hombre, pese a ser antitaurino, tuvo que cortarse la coleta. Y dejó su coalición en un extraño limbo político matriarcal pluricéfalo: ciertamente amarrado en el gobierno, donde se está calentito, pero sin pintar en realidad nada, salvo encontrar niñeras.

El tercero, Pablo Casado, que desde la derecha tradicional o de orden, se las prometía hasta poco muy felices para ser la alternativa al actual gobierno de izquierdas, ha conseguido lo más difícil en la vida: gracias a sus errores, a sus bandazos y a rodearse de unos pretorianos de chichinabo, derrotarse él solito y demostrar que la soberbia desmedida es el peor de los pecados en política, pues te vuelve ciego. Un día, descubres con sorpresa que estás solo.

A esta fecha aún nos quedan dos de los líderes de aquella foto del debate de noviembre de 2019 al frente de sus organizaciones.

Uno de ellos, Abascal, que yo llamaría la derecha ecuestre, sustituye la política con cabalgadas como el Cid al frente de sus mesnadas en busca de infieles y confunde las ideas con la fraseología ampulosa y rimbombante de las películas de los años cuarenta de Juan de Orduña.

Aunque la crisis económica y los reiterados errores de los demás, sobre todos de los radicales que forman parte del gobierno o apoyan a este, le han favorecido hasta ahora, creo que su capacidad de crecimiento toca a su fin. Más aún tras alardear de sus peligrosas amistades con la extrema derecha europea afín al autócrata ruso que hoy ataca a Ucrania. Su debilidad futura proviene tanto de la vacuidad de su proyecto como de sus malas compañías.

El otro líder del debate de 2019 es obviamente el actual presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que dentro de un tiempo deberá presentarse a unas generales, muy difíciles para él. Y no solo por la situación económica y social general, sus errores, alianzas extrañas y promesas incumplidas sino, además, por algo más complicado de vadear: se enfrentará a nuevos candidatos, que son muy creíbles.

Entre ellos, una mujer de la izquierda clásica marxista leninista y a un gallego de centro derecha con acreditada experiencia de gobierno. Sánchez deberá pasar entre Escilla y Caribdis. Unas aguas electorales peligrosas para navegar hasta para el mismísimo Ulises.

Curiosamente los candidatos que le garantizaban a Pedro Sánchez ganar con seguridad las siguientes generales eran aquellos que ya no están. Ayudar a mantenerlos era su mayor seguro de victoria. Me parece que va a echar de menos a Albert y a los dos Pablos.

¿Cómo es posible que en solo dos años de cinco candidatos tres nos hayan salido ranas y en pocos meses hayan desaparecido de la escena política? ¿Tenían un problema de origen? Seguramente sí.

¿De qué problema se trata? Les voy a explicar mi opinión utilizando para ello un irreverente cuento sufí de Rumi en el Matnawi:

Un día, Jesús, hijo de María, se dirigía corriendo hacia la montaña. Alguien se puso a seguirlo gritando: "¡Nadie te persigue! ¿Por qué corres así?".

Jesús, solo preocupado por su huida, no respondió siquiera a la pregunta.

Pero el otro reiteró su llamada: "¡En nombre de Dios! ¡Detente! Quisiera solamente saber lo que haces, pues, aparentemente, no hay motivo de temor".

Jesús respondió: "¡Huyo de un tonto! No te pongas en mi camino. ¡No retrases mi huida!". El otro exclamó:

"¿Cómo? ¡Tú, que posees el hálito santo! ¡Tú, que has curado a ciegos y a sordos! ¡Tú, que puedes resucitar a un cadáver soplando sobre él! ¿Por qué ese temor?".

Jesús respondió: "Cuando invoco el nombre de Dios, el ciego y el sordo quedan curados. Cuando invoco Su nombre, la montaña se dispersa como un almiar. Si murmuro Su nombre al oído de un cadáver, resucita. Una gota se convierte en un océano por Su nombre. Pero he invocado Su nombre mil veces ante un tonto, sin resultado alguno".

El hombre insistió: "¿Cómo el nombre de Dios, que influye en el sordo, el ciego, la montaña y el mar, no tiene efecto sobre un tonto? Si la tontería es una enfermedad como las demás, ¿cómo no se le encuentra remedio?".

Jesús respondió: "La tontería es una maldición de Dios mientras que la ceguera no lo es. Pues se adquiere. Los males que se adquieren merecen piedad, pero la tontería es nuestra enemiga".

La tontería no tiene cura, ni humana ni divina. Y los electores, lo mismo que los derviches giróvagos para los que escribió Rumi, debemos huir de los tontos, pues son lo más peligroso que existe en la Creación. * Apoderado de las Juntas Generales de Bizkaia 1999-2019