N estas últimas semanas del invierno de 2022, con la guerra desatada por Rusia contra Ucrania da la sensación de que hemos vuelto a los comportamientos del verano de 1914, cuando la ceguera y autoconfianza de los autócratas de los grandes imperios, y también el chovinismo de algunos dirigentes de países democráticos, desencadenó casi de manera automática la Primera Guerra mundial, que todos pensaban que sería corta, pero que arrasó Europa y cambió dramáticamente el mundo.

¿Podemos hoy aprender algo de lo que entonces sucedió para no repetir hoy sus errores? Creo que sí, porque las causas de estos casi siempre son humanas: falta de calma, visceralidad en las reacciones, ausencia de análisis racional, soberbia, exceso de confianza, y, en el caso de los autócratas, aparte de todo lo anterior, confundir el interés general del país con el propio.

Por ello viene al caso comentar una de las obras divulgativas más famosas sobre la catástrofe de 1914, Los cañones de Agosto de Barbara W. Tuchman, con la cual gano su primer premio Pulitzer, obra que recomiendo al lector leer o releer si ya la conoce. El libro se complementa con su continuación, La torre del orgullo, que explica los acontecimientos, situaciones y personajes políticos previos de la Belle Époque.

"Los cañones de agosto" detalla el ambiente que se vive en ese verano de 1914, y la sucesión acontecimientos político-diplomáticos que tras el asesinato por un terrorista serbio el 28 de junio de los Archiduques de Austria en Sarajevo causó una guerra, que todo el mundo se tomó a la ligera al principio, duró más de cuatro años, y causó millones de muertos.

El primer capítulo es célebre: los funerales del Rey Eduardo VII de la Gran Bretaña e Irlanda y Emperador de la India, hijo de la reina Victoria, a cuya procesión fúnebre acuden todas las testas coronadas de Europa, la mayoría parientes suyos, justo los mismos personajes que cuatro años después serán los protagonistas de la tragedia.

El equilibrio europeo que se mantenía desde la guerra franco-prusiana de 1870 queda roto en agosto de 1914 y las alianzas de cada bando se activan. Los planes de guerra, que todos llevan años preparando minuciosamente, se desempolvan. Naturalmente, todos creen que el suyo es infalible: El Plan Schlieffen alemán, el Plan 17 francés o el Plan W británico.

Pero "el hombre propone y el Dios de la guerra dispone". Y nada resulta tal como estaba previsto.

Durante el primer mes poco a poco toda Europa se ve involucrada en el conflicto, lo mismo que sus colonias. En esos treinta y un días están las claves de cómo se desarrollaría el resto de esta conflagración.

Los ciudadanos creen que su país va a ganar y van contentos al frente con la infantil esperanza de que la guerra va a ser corta. Los soldados franceses van a la guerra pensado que simplemente con su bravura, sus casacas azules y sus quepis y pantalones rojos tienen lo que necesitan para "destruir" a esos alemanes que mancillaron su honor en 1870.

Por su lado, el Káiser consigue al final lo que parece que buscaba hace años: una guerra que le permita demostrar al mundo entero lo grande que es su Imperio Alemán. A pesar de que casi en el último momento, y tras haber convencido a Austria de presentar un ultimátum a Serbia, Guillermo II muestra signos de duda, cuando ya está en marcha el plan Schlieffen, y este no puede pararse. Pero sus súbditos, convencidos por el militarismo prusiano, creen fácil la victoria y van alegres a la guerra.

El libro relata la frivolidad de los políticos y de los medios de comunicación contemporáneos al inicio de un conflicto brutal que supondría la desaparición de cuatro imperios (alemán, austrohúngaro, otomano y ruso), la división en nuevos estados de la Europa del este y de los Balcanes, el advenimiento de la Rusia soviética, el comienzo de la decadencia del imperio británico y el primer paso de Estados Unidos como potencia global.

Tuchman describe cómo la gente corriente iba contenta a la guerra y, sin saberlo, al matadero. Detalla los errores garrafales de los generales franceses, y lo cerca que estuvieron los alemanes de ganar la guerra en ese primer mes, pese a que las previsiones del plan Schlieffen no se cumplieran del todo.

En una película de Kevin Costner, Trece días, sobre la crisis de 1963 de los misiles de Cuba, en una conversación que mantienen en la Casa Blanca John F. Kennedy y sus colaboradores se hace mención del libro de Tuchman, recién publicado entonces, explicando que los momentos que se estaban viviendo se ajustaban a la tesis de Tuchman sobre la escalada inevitable hacia la guerra si el sistema de alianzas actuaba de forma automática.

En 1914 lo que llevó a la primera guerra mundial no fue solo el propio atentado de Sarajevo, sino las respuestas automáticas sin dar oportunidad a la diplomacia de buscar formas de rebajar la tensión.

Los acontecimientos se sucedieron en pocas semanas en cascada: el atentado, la declaración de guerra de Austria a Serbia (como presunto instigador del magnicidio del Sarajevo), la declaración de guerra de Rusia a Austria (obligada por su alianza con Serbia), la declaración de guerra de Alemania a Rusia (obligada por su alianza con Austria), la declaración de guerra de Francia e Inglaterra a Alemania (obligadas por su alianza con Rusia y la invasión de la neutral Bélgica), en una especia de bola de nieve impulsada por una serie de alianzas militares imposibles de parar.

Lo que los Kennedy y su asesor en el filme (Kevin Costner) no querían que pasara en 1963 era que el ataque o actuaciones para forzar la retirada de los misiles soviéticos en Cuba conllevasen mecánicamente una guerra nuclear entre las dos superpotencias de la Guerra Fría.

En la crisis de los misiles prevaleció la sensatez y el sentido común sobre la frialdad mecánica de las respuestas militares. Los Cañones de agosto narra esta peligrosa lógica de respuestas en bola de nieve que llevó, sin que los protagonistas se diesen casi cuenta, al comienzo de la primera guerra mundial.

Esperemos que en la crisis actual los países democráticos de la Unión Europea y la OTAN sepan a la vez defender con firmeza a Ucrania y proteger a su población de la agresión de Rusia, dejando siempre abierta una puerta a la diplomacia, que es lo que faltó en 1914, como describe Tuchman.

* Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999-2019