HORA, de repente, se ha puesto de moda una palabra que muy pocos saben qué significa realmente. Esa palabra es acondroplasia, un término que a lo largo del tiempo se ha quedado reducido a una palabra tierna, “enanismo”. Los acondroplásicos padecen una lesión en los huesos (en la parte del hueso que permite y favorece el crecimiento) que les impide crecer y les confiere una estatura muy inferior a la normalizada. Ellos son esas personas que no han crecido suficientemente, con brazos y piernas proporcionalmente cortos, pero con un desarrollo mental muy superior al que les correspondería por su estatura. Estos datos corresponden a la definición del Diccionario Enciclopédico Larousse. Sin embargo, no voy a hacer aquí una disertación académica para la que quizás no estoy suficientemente preparado, pero además porque la dimensión humana de los acondroplásicos es igual que la mía, a pesar de que mi altura física sea superior a la suya. Pero el asunto viene a colación, precisamente ahora, porque después de muchos años en los que se han venido celebrando espectáculos taurinos en Zahinos, provincia de Badajoz, protagonizados por personas afectadas de acondroplasia, es decir enanismo, algunos responsables públicos -ni más ni menos que responsables del Ministerio de Derechos Sociales- han puesto el grito en el cielo porque el tal espectáculo taurino, en el que un grupo de hombres enanos juega y divierte al público asistente, trajinando con unos toros simulados con lienzos oscuros que les embisten y se prestan (o sufren) sus burlas y vejaciones, “denigran a personas con discapacidad”. Como es lógico, el colectivo afectado se ha sublevado. ¿Contra quién? ¿Contra quienes organizan y asisten a los actos protagonizados por los “enanos toreros”? No. Contra quienes proponen que no se celebren, privándoles de una actividad que les identifica desde hace mucho tiempo y les permite mantener sus vidas. Sin embargo, este afán caritativo y misericordioso dirigido a los acondroplásicos, o enanos, más bien parece una pantomima de quienes, en buena medida, buscan mostrarse como defensores a ultranza de una bondad que es muy matizable.

No entiendo bien cuál es la razón real por la que un enano no puede hacer y protagonizar un espectáculo que provoque reacciones dichosas en quienes las presencian, y un gigante puede no solo convertirse en un gran jugador de baloncesto y hacerse millonario gracias a esas medidas (¿excesivas?) que Dios le ha dado. La historia, y la leyenda, están llenas de personas y personajes que han alcanzado la fama y la gloria por razón de sus excesos, o déficits, en algunas facetas de sus vidas. Cuando, como ocurre en este caso, a unas personas dotadas de unas condiciones físicas especiales se les pretende ceñir y constreñir en sus modos de vida imponiéndoles vetos y levantando barreras que les impiden ejercer sus libertades, hay que explicar muy bien por qué a otros, dotados con condiciones opuestas a las suyas, se les favorece para que ejerzan modos de vida basados en lo contrario. Si a los enanos se les impide ser totalmente libres, a los gigantes habría que aplicarles la misma medida, pues unos y otros se salen de lo normal. Sin embargo, yo creo que lo normal -precisamente eso, lo normal- es que se respete y se tomen en consideración los valores de los enanos con el mismo ahínco con que se toman los valores de los gigantes. Es decir, que unas personas “altísimas o bajísimas” deben ser valoradas por su condición de personas, por su humanidad.

Es evidente, y en parte lógico, que las personas con acondroplasia, y sus allegados, cuiden mucho de que sus acciones no sean ridiculizadas ni vejadas por quienes asisten a presenciarlas. Un payaso no es un hombre (o mujer, tanto da) disfrazado, que se pinta la cara con colorines para provocar sensaciones ridículas que incitan a reírse. Un payaso es una persona que sale al escenario con la nobilísima misión de alegrar a quienes acuden a verle, de hacer reír, que es el modo con que los humanos mostramos nuestro buen humor y es, además, uno de los instrumentos y costumbres que acrecientan la amistad entre las personas y favorecen las relaciones alegres, solidarias y dichosas entre ellos. Los enanos que protagonizan los espectáculos taurinos no son otra cosa que artistas que provocan dicha y alegría a quienes les contemplan. Si alguno de los asistentes acude con intenciones perversas para ridiculizar a los artistas (que además son personas con acondroplasia), ha de ser él quien acuda al psiquiatra o al psicólogo.

Es muy cierto que la historia está llena de acontecimientos en los que personas de bajísima estatura son ridiculizados y usados para provocar carcajadas siempre despreciables, pero se trata de conductas miserables propias de soberbios excesivamente prendados de sí mismos. Cuando los Hermanos Grimm escribieron el cuento de Blancanieves, allá por el año 1812, resaltaron los valores humanos de los famosos Siete Enanitos... Aquellos enanos que trabajaban en el campo como leñadores y agricultores se entregaron en auxilio de aquella niña que se refugió en el bosque huyendo de su perversa madrastra. El cuento es un canto a la naturaleza en el que Blancanieves, envenenada por su madrastra, encuentra el amparo y la ayuda de los enanos que la velan hasta que el príncipe acude a despertarla y a salvarla. La historia, o historieta, tan llena de ternura fue llevada al cine 125 años después. Desde entonces, como cuento escrito o como película, ha formado parte de las vidas de todos los niños y niñas. Aunque no resulte fácil equiparar a los enanos toreros con los enanitos del cuento de Blancanieves, en buena medida porque unos son de ficción y los otros de carne y hueso, bien cabe hacer ahora mismo una mención a Sabio, Gruñón, Feliz, Dormilón, Tímido, Mocoso y Mudito... Y también, ¡por qué no!, a otros enanitos (Barrigón, Sordito, Petiso, Vago, Parlanchín, Chulo, Veloz, Hinchado) que acudieron a la mente de los Grimm y de Walt Disney pero, al final, no resultaron elegidos para la película.

En todo caso, mi artículo solo quiere resaltar esa faceta nada vergonzosa ni vergonzante que pueden llegar a tener enfermedades o síndromes que hacen que las personas seamos “unas” y solo “unas”. Altos, bajos, gordos, flacos, guapos, feos, morenos, rubios, blancos, negros..., ninguna condición es suficiente razón para que despreciemos o nos sintamos despreciados, nadie tiene derecho a ridiculizar o apartar a otro porque la providencia le hubiera adjudicado una forma o aspecto en lugar de otro. Los enanos toreros de Zahinos son los empoderados de todos los enanos toreros del mundo. Por cierto, acondroplásicos, que es una palabra tan bella como noble y majestuosa. Ha habido quien se ha permitido comparar el espectáculo de Zahinos con la práctica del “lanzamiento del enano” francés desde un campanario. La comparación es aberrante y odiosa. Lo que los acondroplásicos protagonizan se titula Diversiones en el ruedo y sus Enanitos Toreros, un bello título y nada escandaloso, por cierto.

Despido este artículo, que partirá y provocará alguna división de opiniones, con las palabras de Daniel Calderón, que es el gerente de la cuadrilla cómica taurina: “Estos ataques me parecen una falta de respeto y de libertad. Somos profesionales, tenemos el carné del Ministerio de Cultura, cotizamos a la Seguridad Social, queremos torear, es nuestro oficio”... Un abrazo para todos los acondroplásicos y mi consideración más noble, cariñosa y agradecida para ellos.