STA pandemia ha puesto de relieve dos palabras no muy frecuentes en el lenguaje de la comunicación. Dos palabras que acaparan hoy en día casi todas las conclusiones habituales de tertulianos y autoridades ante una situación no prevista. Nos referimos a “complicado” y “complejo”. No son lo mismo, ni son calificativos en diferente grado dentro de una misma línea de significado.

Si recurrimos al diccionario vemos que ambas se refieren a sistemas con muchos elementos o múltiples aspectos, pero lo complicado apunta a elementos o partes de algo estructurado, mientras que lo complejo apunta a abundancia de facetas de mayor indefinición y mutabilidad.

Los cambios continuos -por ejemplo- son atributos de los sistemas complejos, mientras que la permanencia en su estructura y comportamiento lo es de los sistemas complicados.

Un ejemplo nos puede ayudar a entenderlo. Un coche -en su mecánica- es complicado ya que tiene muchas partes o piezas, pero son las que son, ni una más ni una menos. Todas identificables e interconectadas, para cumplir siempre su misma función. Sin embargo, la educación en un aula es compleja por la diversidad de agentes, cada uno con sus características personales vigentes y su historia pasada. Además el aula abarca las relaciones bilaterales y multilaterales entre los agentes: alumnos, profesores, rectores, familias, amigos y entorno social. Así podríamos seguir añadiendo matices importantes según circunstancias y casos específicos.

Dos coches del mismo modelo y marca son iguales en sus partes y relaciones entre ellas. Y son iguales durante mucho tiempo, porque permiten cambios en sus piezas con repuestos, sin grandes perturbaciones. Sin embargo, no hay dos aulas iguales y ni siquiera un aula es igual un día y al día siguiente.

Los alumnos cambian, sus expectativas también, las familias van evolucionando en sus intereses, el profesorado se ve alterado por nuevas pautas, los contenidos y métodos se diversifican, y la sociedad está cambiando sus demandas educativas. Diversidad, interdependencia, mutabilidad, e incertidumbre (DIMI) caracterizan a lo complejo, más allá de la dimensión del número de agentes que contiene. En estos cuatro atributos DIMI radica la parte sustancial de la diferencia en el significado entre lo complicado y lo complejo.

Podemos decir que casi todos los asuntos vividos alrededor de la pandemia son complejos, y diferentes de un lugar a otro, de un colectivo a otro, de una cultura a otra, de una familia a otra, de un país a otro. Y por eso las fronteras y los límites territoriales y domésticos están siempre presentes en la pandemia.

El virus, que es otro agente más, va mutando aumentando su transmisión, buscando su expansión en más huéspedes y futuros transmisores. Por otra parte hay cambios en el grado de inmunización de los colectivos que se vacunan, y cambios en las vías de contagio en las distintas temporadas laborales, climáticas, vacacionales y otras. Así la situación local y global de la pandemia va mutando mucho de un día a otro.

Sin embargo, esta realidad compleja la queremos gestionar con normas, procedimientos y sentencias que se aplican a miles y millones de personas de la misma forma. Las normas, los procedimientos y las leyes sirven para ordenar el funcionamiento de lo complicado y por eso no acaban nunca de encajar las soluciones con los problemas. Tenemos un destornillador plano -las normas- para aflojar una tuerca hexagonal -la situación compleja-.

Los planes de referencia, que tanto cuesta elaborar y acordar en distintos niveles de competencias, son siempre insuficientes, pero no innecesarios para ordenar en lo posible lo que pasa. Pero no es de extrañar la enorme confusión que generan las normas mutantes en su aplicación, cuando éstas se aplican en casos muy distintos, intentando abarcar todo lo inabarcable.

La letra pequeña de las normas y contratos se corresponde a la regulación de lo complicado, y pretende acotar el máximo sus ilimitadas circunstancias. Por ello requieren la implicación de especialistas y asesores en campos como las finanzas, la economía, la justicia, la salud y la política. Trabajan con grandes números estadísticos sobre características generales y nunca sobre los casos concretos, que quedan sujetos a distintas interpretaciones.

¿Y cómo gestionar la complejidad? En primer lugar habría que decir que hacer más y más normas, para intentar encajarla en un sistema complicado es un error garrafal. Que cambiar un gobierno o seguir engrosando las normas o leyes no ayuda nada. También decir que no hacer nada y dejar que todo ocurra sin ningún posicionamiento previo o posterior -como previsión o respuesta a la situación vigente- tampoco es un buen consejo.

Aunque sea un tópico, solemos concluir que al final todos son problemas con base en la educación, en la cultura, en los valores sociales. Y es así porque los problemas complejos se gobiernan -para bien o para mal- con la autorregulación responsable de los agentes intervinientes. Esta regulación depende de los atributos sociales -valores y contravalores- que ya poseen los ciudadanos.

Atributos de cooperación, solidaridad, responsabilidad, honestidad dirigente, confianza, rechazo al fraude personal y ajeno, aceptación y valoración de la diversidad, acceso ecuánime a los recursos, valor de la educación social y técnica, eliminación de dogmatismos, y sentido colectivo de la vida., o sus contrarios. Las soluciones eficaces recogen todos aquellos atributos en positivo que construyen relaciones gana-gana en momentos críticos. Los ideales de justicia, equidad, libertad y bienestar no se construyen mediante normas, sino desde la responsabilidad y educación ciudadana basadas en valores constructivos sociales.

Se habla mucho de la falta de pedagogía y de los errores en la comunicación con los que se ha conducido la pandemia. Es cierto, pero no es posible una gran mejora en los resultados finales de lo ocurrido sin una educación social previa, que de no existir no se improvisa en semanas, en meses, ni en años. Tal vez la Respuesta a los retos colectivos: pandemia 2019 y otros sea una asignatura pendiente e imprescindible en jóvenes y adultos, a incorporar en los proyectos educativos y sociales tras la pandemia.

Sin duda los tiempos que vivimos nos van a conducir a escenarios más complejos y cambiantes, tanto en lo relativo a las interacciones humanas como a los cambios en el entorno tecnológico y ambiental. Las soluciones en lo complejo son primordialmente locales, y eso no quiere decir desconectadas de un lugar y otro.

La complejidad nos conduce a la interdependencia en el equilibrado encuentro de los extremos de la dependencia y la independencia. Así, gestionar lo complejo es gestionar la interdependencia relacional para potenciar la cooperación en detrimento de la inutilidad, la depredación o la necrosis colectiva, en la que muchas veces se convierte la dura competencia entre colectivos y las estructuras creadas para su gestión.

En resumen estamos condenados, de momento, a intentar el infructuoso ejercicio de aplicar las soluciones de lo complicado -el destornillador, las leyes- para abordar problemas complejos -la tuerca hexagonal oxidada-, la pandemia. Nuevos problemas complejos volverán a destacar pronto.

El camino es ir transformando cuanto antes las formas de pensar y actuar en los asuntos colectivos. Abundar en los principios de un diseño social beneficioso (www.escueladisenosocial.org). Inventar la llave hexagonal y transformar la herramienta desde el origen. Hacer de las normas nuevas el camino a la educación en cooperación a todos los niveles. Saber sacar partido de la interdependencia enriquecedora con intercambios compensadores, que proporcionan los fundamentos de la auto-organización en las diferentes escalas de complejidad de los grupos humanos. Y esta interdependencia compleja y enriquecedora a desarrollar, debe formar parte de la gestión común de la política, la enseñanza, la economía y la riqueza social en cualquiera de sus formas. Sin duda hay que poner la mirada en otra dirección posible y perseverar en el cambio.

* Futucultor