Un Estado que delinque y venga
EL dirigente socialista y catedrático de Filosofía Julián Besteiro, presidente de las Cortes Constituyentes de la Segunda República y propuesto por Niceto Alcalá Zamora (propuesta que desestimó) para presidir el nuevo gobierno republicano en 1933 tras la dimisión de Azaña, llegó a calificar en 1936 al fascismo español como mero “ruido de ratones” que apenas debe atemorizar. Tras el inicio de la contienda civil, sometido a una profunda crisis ideológica, asumió un proyecto de colaboración con el franquismo participando en marzo de 1939 de la conspiración liderada por el coronel Segismundo Casado que acabó con el gobierno legítimo presidido por Juan Negrín. Sin embargo, de nada sirvió aquel proceder para un estado vengativo como el franquista, ya que tan solo unos meses después de la victoria de Franco, Besteiro fue sometido a un consejo de guerra acusado de “adhesión a la rebelión militar” y condenado a muerte. Murió meses después, en 1940, enfermo en la infrahumana prisión sevillana de Carmona, donde había compartido jornadas fraternas y solidarias con un nutrido grupo de sacerdotes abertzales. Aquel nuevo Estado vengativo y delictivo ni siquiera había tenido en cuenta los intentos para lograr la paz, correctos o no, del otrora intelectual marxista.
Hoy, muchas décadas después de aquellos infames sucesos, un Estado democrático (¿o no tanto?) como el español quiere mantenernos entretenidos en el “ruido de ratones” de las características y circunstancias en que se ha de proceder a la elección del president de la Generalitat de Catalunya (informes de letrados, vías telemáticas...) a modo de cortina de humo que busca soslayar el debate sobre una cronología de aberraciones jurídicas y políticas.
Porque mientras el vulgo ciudadano debatía acaloradamente sobre si la plataforma streaming es la más adecuada para mantener una conexión audiovisual estable y de calidad, lo cierto es que el gobierno del Reino de España utilizaba de ariete de guerra al Tribunal Constitucional -cuya capacidad de anulación de decisiones legislativas se refiere solamente a los casos de extralimitación competencial de un parlamento- para tumbar la más básica de las atribuciones de la Mesa del Parlament: interpretar y decidir sobre la aplicación del reglamento interno de la cámara para el buen desarrollo de la vida parlamentaria catalana.
Aquella frase de Irujo... Y mientras hacíamos cábalas sobre la oportunidad de uno u otro sistema de votación, un honorable miembro de la judicatura, el señor Llarena, impedía la presencia de Oriol Junqueras, Joaquim Forn y Jordi Sànchez en sede parlamentaria, otorgando plenitud argumental, ante la indiferencia general de la abogacía, a un elemento tan antijurídico como el prejuicio. El argumentar contra personas inocentes y representantes populares que no puede disponer su puesta en libertad para asistir al parlamento “para que no vuelvan a las andadas” legitima, por analogía histórica, el modelo de “presos gubernativos” de la etapa republicana que, en razón de la arbitrariedad de las autoridades, prolongaba indefinidamente el encarcelamiento sin que el preso fuera oído por tribunal alguno. A aquella ignominia puso fin “por razones humanitarias y de garantía de derechos” el sedicente soberanista vasco Manuel Irujo (ministro de Justicia), autor de una célebre y escueta frase que contiene toda una declaración de principios: “Ellos (los fascistas) pueden condenar por las ideas; nosotros no”
Y recordándonos que la justicia española no está para impartir justicia sino para aplicar venganza y tratar de impedir que un cargo electo no pueda ejercer sus derechos, no debo sino denunciar la utilización sectaria del modelo de Euroorden de solicitud de detención contra el president Puigdemont, activándola o desactivándola en función de las afinidades que merezca a las instancias españolas el sistema judicial de tal o cual país de la Unión Europea. Quizá habría que reflexionar también acerca de la falta de respeto y consideración que un estado bisoño y novel en el club de los países democráticos como el español tiene para con aquellos que, como Bélgica, siguen una senda democrática desde 1830 y plantaron la semilla de lo que hoy es la comunidad europea.
Pero esta suerte de impunidades y arbitrariedades, cometidas por un Estado que, como ha indicado acertadamente el ex socialista Ernest Maragall, “no sabe ganar, solo sabe derrotar” no se circunscriben al territorio de la bandera cuatribarrada. Porque, abierta la caja de Pandora del artículo 155 ya no queda, como en el mito griego, la esperanza, sino un espíritu general de virreinato imperial sobre territorios subyugados, un centralismo opaco a la diversidad y un Estado que delinque y venga.
Un Estado que aplica venganza contra el autogobierno vasco porque, libre y democráticamente, sus instituciones han apoyado el derecho de consulta y decisión de la ciudadanía catalana y porque su principal partido, el PNV, no está dispuesto a negociar las cuentas públicas españolas en este contexto político; un Estado que ha decidido perpetuarse en el delito (sin que la judicatura española haya levantado la voz) de no completar una Ley Orgánica como el Estatuto de Gernika aprobado en 1979; que responde ofensivamente, con el desprecio y el silencio más ruin, a las continuas invitaciones al diálogo y a la negociación del consejero y portavoz Josu Erkoreka.
Comparto con muchos líderes políticos de este país que la respuesta a esta situación debe ser la prudencia y la inteligencia. Pero ello no debe ser óbice para que la denuncia se exprese de modo contundente. Las rutas del pragmatismo están subordinadas a los principios ideológicos. Que el tono bajo no conduzca a un silencio que nos lleve a recordar los versos del poeta zarauztarra José María Aguirre, Lizardi: “Bihotzean min dut, min etsia, negar isila darion mina?” (Tengo dolor en el corazón, dolor resignado, dolor que rezuma un llanto silencioso).