La corrupción política
Quienes desde la política pregonan que desean fortalecer la democracia y la convivencia pacífica, quienes se exponen a la elección de los ciudadanos, han de partir de comportamientos basados en la ética y la moral, que al fin convergen en un punto: la decencia
DA la impresión de que la corrupción está en todos los lados, sí, es cierto. Pero cuando echa raíces en el ámbito de la política, es decir, cuando se convierte en un hábito malsano y criminal de quienes gestionan las instituciones públicas, la corrupción se convierte en un virus mortal para la democracia y un impedimento brutal para la convivencia de los diferentes.
La sociedad está compuesta por gentes diferentes: personas que viven de modo diferente, que hablan idiomas diferentes, que se comportan siguiendo costumbres diferentes, que desean vivir en entornos diferentes, que participan de códigos de conducta diferentes? Quienes desde la política pregonan que desean proteger y fortalecer la democracia y la convivencia pacífica, quienes se exponen a la elección de los ciudadanos después de haber desplegado ante ellos sus propuestas, han de partir de un punto, común para todos, en el que estén garantizados unos comportamientos básicos fundamentados en la ética y la moral, que al fin convergen en la decencia. Ahí, en ese punto, deben coincidir izquierdas y derechas, republicanos y monárquicos, nacionalistas, separatistas y centralistas, vascos y andaluces. Por eso, cuando los fenómenos de corrupción son descubiertos en el seno de una formación política, ha de ser esa formación la que empeñe su palabra en defenderse, pero el resto ha de medir sus reacciones, porque es la democracia y la convivencia las que están en juego, y no los resultados de las próximas elecciones.
Cuando la corrupción ensucia a un partido político, el relato de los hechos viene acompañado de señales que corresponden a un tiempo y a un ámbito determinado. El tiempo siempre se corresponde con el esplendor y el predominio de un partido en las instituciones. El ámbito se circunscribe a las propias instituciones y sus aledaños. Sin embargo, las instituciones tienen la misión de gestionar los servicios públicos y de administrar los dineros públicos. Cualquier práctica perniciosa que desvíe fondos públicos hacia manos o intereses de los dirigentes de los partidos debilita los servicios públicos y enflaquece las arcas de las que sale el dinero destinado a sufragarlos. Por tanto, lo que la corrupción comporta no es solamente una trasgresión de quien se corrompe, sino una merma del papel que el Estado debe ejercer como protector de los ciudadanos y mantenedor de un orden social determinado.
Recapitulemos. ¿Qué han hecho los partidos políticos cada vez que un caso de corrupción ha afectado a alguno de sus dirigentes o cargos representativos? Lo primero, negar la mayor, mostrar una extrañeza perfectamente impostada ante las denuncias y construir una pared alrededor de los hechos denunciados. A partir de ese momento, los líderes políticos buscan la coartada que permita sembrar suficientes dudas sobre las denuncias como para que no se puedan resolver fácilmente. Peor aún, algunos recurren a la hemeroteca para desenterrar otro caso en sentido contrario, lo que se ha dado en llamar técnica del calamar: extender la tinta de tal modo que nadie quede libre de culpa y lo que debe ser percibido como una excepción se perciba como regla de actuación extendida. Se trata de una perniciosa actitud, impropia de quienes tienen la valiosísima misión de servir a la sociedad desde una ideología y unas instituciones. Quienes así actúan parten de la irresponsable equivocación de creer que es a la dirección de su partido a quien tienen que rendir cuentas, en lugar de hacerlo ante todos los ciudadanos. ¿Por qué? Porque en su partido encuentran una enfermiza complicidad.
Confunden voluntariamente el reino en el que viven y se protegen con el reino al que han de servir. Digo reino para equiparar mi reflexión con un texto de Confucio en el que relata que llegó a un lugar y le informaron: "En este reino impera la virtud: si el padre roba, el hijo lo denuncia; y si el hijo roba, lo denuncia el padre". A lo que Confucio respondió: "En mi reino también impera la virtud, pues el hijo encubre al padre y el padre encubre al hijo". O sea, que cuando el político decide que se debe solo a su partido y no a la sociedad a la que sirve, la corrupción se generaliza con más facilidad. Este recurso al socorrido Confucio no sirve como disculpa, ni para la inmundicia e indecencia de los políticos corruptos ni para la actitud conmiserativa y cómplice de los partidos.
Ante la eclosión hedionda y corrupta aparecida en los últimos tiempos en el seno del PP, la sociedad se muestra tan asustada como encolerizada. No le faltan razones porque la reacción de los líderes políticos es remisa e inútil. La palabra de moda es transparencia, es decir que se pueda ver todo. Sin embargo, hay legislación suficiente para advertir a los ciudadanos en general, y por tanto, también a los que se dedican a la política, que apropiarse de lo ajeno es un delito; que no cumplir las leyes lleva inevitablemente a la pena y al castigo, además del descrédito público. ¿Por qué es necesario complementar esa legislación general con otras leyes específicas? Principalmente porque los partidos han venido comportándose como auténticos refugios de corruptos que han puesto la financiación de sus partidos en el frontispicio de sus fechorías, pero al tiempo se han enriquecido, ellos y los dirigentes a cuyas órdenes han actuado. Han dicho algunos líderes políticos que "es necesario que los posibles corruptos sientan miedo a las penas que les puedan causar sus corrupciones". Es una sublime estupidez. ¿No será mejor que los partidos cuiden los comportamientos de sus afiliados sembrando dosis éticas en ellos? ¿No será mejor que los partidos adopten comportamientos y reacciones de forma ejemplarizante cada vez que se presente un caso en su seno? ¿No sería mejor que se subraye con menos ahínco la presunción de inocencia de los denunciados, teniendo en cuenta que en escasísimas ocasiones los imputados han resultado inocentes?
Creo que los partidos políticos, empeñados en la transparencia, pueden llevar a propuestas inverosímiles que redundan en lo ya existente. Se habla de la creación de una Unidad Anticorrupción específica para esos casos, que estaría formada por inspectores incorruptibles (tal término empieza a ser acuñado) que actuarían en todos los ámbitos. Bien, de acuerdo, pero ¿existe la incorruptibilidad? ¿Cómo se mide y comprueba? Se habla de impedir que las empresas implicadas en supuestos de corrupción puedan contratar con organismos ni empresas públicas. También está bien pero, aunque sea verdad que a cada corrompido corresponde un corruptor, ¿no estamos hablando ahora de la corrupción de los políticos de forma específica? Se habla de que los delitos de corrupción precisan juicios homogéneos en sus conceptos e interpretaciones, por lo que será bueno que sean todos ellos juzgados por la Audiencia Nacional. Bien, aunque la Justicia, si es justa siempre, también será homogénea siempre. Y se dice que deben prohibirse las donaciones a los partidos políticos por parte de empresas privadas. Esta sí es una postura lógica porque quien dona a un partido político ha de hacerlo a través de un proceso de reflexión que le lleve a apoyar una determinada causa política o social, y eso se hace desde la conciencia, que las empresas no tienen. De modo que solo queda la medida de publicar las cuentas públicas, las contabilidades de los partidos políticos y las declaraciones de la renta de los líderes. Pues bien, de eso trata la famosa transparencia que se pretende implantar mediante una ley específica.
Todo el dinero que cae en manos de quien nunca debiera caer es dinero robado a todos cuantos ayudamos a contar los cuarenta y tantos millones de habitantes del país. Se trata pues de regenerar el ámbito político y social, máxime en este tiempo en que son demasiados los españoles desempleados que sufren carencias importantes, los españoles amenazados por la pobreza, los desahucios, la pérdida de derechos básicos, la retahíla de recortes y hachazos que, en algunos casos, ponen en práctica los mismos que condescienden con la corrupción y disculpan a los presuntos corruptos. ¿Basta con la transparencia? Probablemente no será suficiente ahora que está la corrupción en los periódicos, salpicando inmundicia a todos los que han ocupado las instituciones en alguna ocasión y han ejercido el poder sin miramientos éticos. Ahora los ciudadanos reclaman confianza, que quienes dicen ir a las instituciones con vocación de servicio se comporten como servidores y no como amos.
Porque muchos de los episodios de corrupción que han tenido lugar han sido protagonizados por partidos y por líderes políticos a los que se había votado de forma muy mayoritaria y se les había dado carta blanca para que gobernaran a sus anchas. Más aún, ha habido casos en que corruptos confesos han concurrido a nuevas elecciones y también han sido votados mayoritariamente. La consecuencia es que han de ser los propios partidos los que laven su cara y se presenten ante los ciudadanos con una nueva faz, más risueña y más comprometida.
Resumiendo: sí a la transparencia, pero mientras no haya autoinculpaciones, los ciudadanos no van a confiar en políticos obstinados en mantenerse en el poder pese a quien pese. Produce un bochorno asqueroso que la corrupción, tan nítida a los ojos de los más sencillos y normales, pase tan desapercibida para los más poderosos. Si el funcionamiento interno de los partidos políticos fuera democrático y escrupulosamente ético en todas sus facetas, su proyección externa también lo sería. Han de ser los partidos los que crucen el Rubicón, antes de que lo cruce la sociedad entera.