AL apuntar los males del nacionalismo vasco en un artículo anterior dejé de lado a ETA "por ahora". No me cabe duda de que le ha hecho gran daño, no solo al histórico y democrático. Incluso a "lo vasco" a secas, a todo el Pueblo Vasco. Tampoco solo y directamente a ella con sus atentados mortales o no, sus extorsiones y amenazas, el clima de miedo y falta de libertad en muchos. Además, envalentonados algunos con esa anticultura violenta, echando leña al fuego, minaron seriamente en sitios puntuales la convivencia elemental humana. El poder mediático por una parte y, por otra, la tendencia de la gente a generalizar, sobre todo cuando, como es normal, no se conoce la situación de cerca ni ciertas precisiones y distinciones fundamentales, han hecho posible, en amplias zonas de España y en el extranjero, la identificación de nacionalismo vasco, incluso de lo vasco como sustantivo o adjetivo, con ETA y su violencia de terror. Lo cual, todos sabemos, más que una incorrecta simplificación, es una flagrante y perniciosa falsedad.

Dicho esto, resumo los que considero mayores errores de ETA y repito mis dos preguntas a la izquierda abertzale bajo cualquiera de sus nombres.

La misma aparición de ETA, en 1959, la consideré ya entonces un mal para todo el Pueblo Vasco y un fracaso político de aquellos jóvenes y su nueva organización. La experiencia nunca apagada de la guerra civil, de la inútil resistencia de los maquis, el surgimiento de una Europa nueva en la que no cabría la guerrilla urbana, me hacían ver no ya el futuro sino el mismo nacimiento y existencia de ETA como un fracaso para la libertad de Euskadi, contradiciendo su lema Euskadi y Libertad, Euskadi Ta Askatasuna (ETA).

Su deriva ideológica, a finales de los 60, hacia el izquierdismo más extremista sin reparar en muertes humanas, o buscándolas, no podía sino engrosar el doble fracaso ético y político de la organización armada. Su aparente y espectacular éxito en la operación Ogro: Carrero Blanco, 1973 -aquellos cantos y lanzamientos al aire de prendas de vestir en San Mamés y concentraciones similares-, extendieron su fracaso y responsabilidad a sus primeros seguidores no armados ni organizados todavía, quizá ya más radicales e ingenuos que verdaderamente idealistas. Ese éxito material, quizá estratégico de cara a un franquismo sin Franco, la encerró en sí misma, en su acierto y seguridad, al tomar un camino equivocado y funesto.

Desaparecido el dictador, anulado el régimen totalitario franquista, iniciada la meritoria, aunque deficitaria e insegura, democracia y la vía hacia la justicia, desaparecía a su vez la última pretendida justificación de ETA y su lucha armada. Dentro del Estado español de hecho, oficialmente de Derecho, era posible de nuevo el logro de fines políticos por medios estrictamente democráticos. Gracias en buena parte al PNV, se declaró la amnistía y todos los etarras presos quedaron en libertad. La gran mayoría de tres de los territorios históricos votó el Estatuto de Gernika, y Navarra obtuvo su autonomía foral. ETA siguió encerrada en su burbuja. Precisamente dio paso en la década de los ochenta a la fiebre de sangre más aguda de su triste historia. Parecía empeñada en ahondar más y más su fracaso: más muertes, más dolor, más presos -años y años de cárcel-, más odios, más de lejos la paz y la pretendida libertad de Euskadi.

Para las víctimas y sus familias, algo cruel; para la sociedad civilizada, inhumano y repugnante; para el Estado occidental moderno, una lacra a extirpar, cada vez más controlable y tolerable. Así no se le vence. Quizá abrigó ETA alguna vez la intención de llegar a un diálogo con el Estado pisando macabramente fuerte, sobre sangre. Ni aún así. Cada tregua e intento y comienzo de diálogo, incluso con la sugerencia de Anoeta de las dos mesas entre partidos y con el Estado (2004-6), acabó en fracaso y nuevo atentado. No suelen ser los militares (ETA m) los más aptos para dar ese baño de diplomacia que conlleva la política.

Lo tremendo, escalofriante de ETA, es que se puede medir o pesar en cifras la magnitud de su fracaso: 853 víctimas mortales, si no me equivoco; el directo y profundo dolor, en primer lugar, de miles de familiares; el miedo de los amenazados y el daño a la sociedad entera; más de 700 presos de sus propias filas con años y años de cárcel; un intrincado reguero de odios antes inexistentes, incluso después de la Guerra Civil, etcétera. También ETA ha tenido sus víctimas, 82, a mano de grupos como los GAL, Batallón Vasco-Español, etcétera, de cuyo origen o participación no sale bien librado en ocasiones el propio Estado o sus fuerzas de seguridad. Triste resultado de una historia, una vida, que estos días de final de julio cumple 52 años.

En todo este tiempo, la izquierda abertzale, el brazo político de ETA, desde su aparición como fuerza política en 1979, ha tenido un seguidismo incondicional a las directrices de ETA o aprobadas por ella, aunque sin participación en la violencia armada. Al fin, consciente de que aquella jurídica y políticamente discutible ilegalización reducía su capacidad de acción e influjo en la sociedad, cree llegado el momento de virar en redondo. Sortu ya dejaba sin argumentos la defensa de la violencia, pero ha sido Bildu la que definitivamente, y más con su ocasional éxito, parece haberla hecho imposible, aunque ETA no haya dado el paso que la gente espera. Confieso que no esperaba que la izquierda abertzale rechazara explícitamente la violencia etarra. Por eso, si la iniciativa del viraje hubiera salido de ella, el fracaso de ETA me parecería mayor. No se puede excluir que haya sido una maniobra de la propia organización armada. Con ETA nunca se sabe. A última hora todo puede fallar. Pero cada vez el triunfo de los más duros resulta más difícil.

Mi primera pregunta a la izquierda aber-tzale, situando su origen oficial en 1978, es: ¿Por qué precisamente al cabo de treinta y tres años este viraje, y no en cualquier otro momento más favorable como, cuando en su salida política tenía vía libre a su abertzalismo de extrema izquierda o izquierdismo radical abertzale, o cuando ETA amontonaba más y más víctimas sin piedad, o cuando en alguna de sus treguas más esperanzadoras, 1998 y 2004, ETA cometió sus mayores torpezas políticas, 2001 y 2006?

Analistas desconfiados de los repetidos anuncios, "la cúpula de ETA ha sido desmantelada" o "el aparato logístico ha sido aniquilado", etc., apuntan varias evidencias inéditas. La primera, la extrema, verdadera debilidad de ETA tras la acumulación de éxitos policiales por la armonía entre Francia y España en los meses anteriores al viraje de la izquierda abertzale; la segunda, el hastío de sangre, absoluto y total de una sociedad abrumada ya de inseguridades y turbulencias sociales, laborales, económicas y codiciosa de paz y prosperidad; por fin, la conciencia de la propia IA de que su ilegalización mermaba su actividad, influjo y fuerza en favor de sus objetivos y le imponía en su marcha un cambio de agujas tan necesario, como beneficioso le resultaría el ensañamiento de los jueces contra ella, una vez cumplidos todos sus deberes, convertido durante meses en su mejor y gratuita propaganda.

Mi segunda pregunta a la izquierda aber-tzale sería doble: ¿Qué piensa ahora de su larga andadura de treinta y tres años de seguidismo político de ETA, de su continuo desprestigio, de sus reproches al nacionalismo histórico, para acabar sometiéndose a lo mismo que tanto ridiculizó: el acatamiento a una legalidad e instituciones impuestas por un Estado al que de hecho se pertenece, actuando en él por tanto con desventaja pero democráticamente, es decir, según lo que esta sociedad en las actuales condiciones ha aprobado, a la espera quizá de ser convencida de las ventajas de un Estado propio sin más dependencia directa que de la Unión Europea, como Francia, Alemania o Malta? ¿Se puede pasar de rositas todo ese pasado en una sociedad moderna, responsable?

¿No tendría por lo menos que decir una palabra, algo, esta izquierda abertzale, o hacer un gesto a la propia organización armada en cuanto tal, como su brazo político y en consonancia con su propio viraje -aunque ETA sea "un transatlántico de muy difícil virar" (Otegi)-?, si "no hay nada que exigir ni esperar" (Patxi Zabaleta), ¿no existe tampoco un deber ante uno mismo y los demás? o ¿es que no rige aquí también la memoria histórica?

En cuanto a ETA, después de darnos tantas lecciones y apretar el gatillo ¿no tendrá que apretar el botón de la paz y después??