RECONOCIMIENTO de la verdad: he ahí el núcleo central del avance humano. Todas las crisis, incluida la de nuestro tiempo, tienen su origen en la desfiguración de la verdad y la consiguiente confusión entre lo ilusorio y lo falso. Ante la imposibilidad de reconocer lo cierto de lo imaginario, nos refugiamos en el escepticismo, la desconfianza y la lejanía. La mentira es una plaga moderna. Nos han convencido de que todo es relativo, cuestionable y aparente. Que nada es real y vivimos un gran baile de máscaras. Cuanto más se resiste una persona a aceptar sus propias verdades -sus errores, aciertos, inercias, debilidades, cobardías y, por descontado, su grandeza- más lejos está de una vida satisfactoria. Quiero decir que asumir la certeza de las cosas, sin desechar sus matices y complejidades, exige honestidad y nobleza. Hay que ver lo que le cuesta a la gente decirse la verdad, sencillamente. Por eso adoro el sentimiento de culpa, por su capacidad regenerativa y promoción de la humildad.

El lehendakari López tiene un problema con la verdad. No sólo es incapaz de reconocer la pura certeza política (el rechazo mayoritario que provoca su proyecto), sino que, además, se empeña en construir un escaparate de falsedades desde el que vender una revancha. ¿Es que no hay nadie entre sus colaboradores que le haga el favor de decirle cómo son realmente las cosas en Euskadi? ¿O es que todos los socialistas creen posible que López pueda gobernar contra la mayoría de los ciudadanos? ¿Es tan difícil reconocer el artificio?

Para intentar sacarle de su paranoia, va el sociólogo Francisco Llera, su amigo, y le presenta el Euskobarómetro de noviembre, en el que se dice, sin lugar a dudas, que casi tres de cada cuatro vascos (exactamente el 71%) tiene poca o ninguna confianza en su Gobierno. Es un caso único en la historia democrática: no hay régimen que se mantenga sobre semejante rechazo. ¿Y por qué sobrevive? En una dictadura se realiza por medio de la violencia directa; en nuestro caso, se hace a través del juego de las mentiras del sistema, generando un gobierno artificial, malo para Euskadi pero bueno para España, y protegiéndolo de la verdad mediante el socorro incondicional de casi todos los grupos mediáticos, comprometidos con el proyecto antinacionalista.

En este contexto de artificio democrático y gestión de la mentira, los estrategas del Estado han elaborado un discurso de respuesta a los datos negativos del Euskobarómetro, de manera que se explique el rechazo al Gobierno de López y al acuerdo que mantiene con el PP como una consecuencia de la crisis económica y del malestar que provocan en la gente las penurias sobre el empleo y el consumo. Y añaden, como segunda falacia, que el desafecto vasco al actual lehendakari tiene más que ver con los fallos de comunicación de un equipo inexperto que con la impugnación política. El propósito de los cínicos del Estado y sus aliados mediáticos es que las mentiras, debidamente adornadas, adquieran apariencia de verdad y cuajen entre los crédulos, los ingenuos y la buena gente, esos que no creen que la revancha se extenderá a ayuntamientos y diputaciones, como no creyeron en la alianza españolista. Ilusos.

Vamos con la primera mentira, la crisis como causa del rechazo. Los gobiernos nuevos gozan de un plazo de confianza que la gente les concede por sentido común. Nadie en Euskadi culpa a López de la mala situación del empleo y la caída de los ingresos públicos, porque todos sabíamos que la crisis se cernía sobre nosotros de forma implacable, frente a la que, eso sí, nos cogía mejor preparados que España, por nuestro potente tejido productivo y la mejor gestión de las cuentas públicas. La crisis como causa del desafecto aparece, pues, como excusa para ocultar los verdaderos motivos.

El problema no es de naturaleza económica, sino política. López llegó a la lehendakaritza con un rechazo del 65% (Euskobarómetro del mayo), una auténtica ola de repudio, insólita en la reciente historia del Estado. La mayoría no deseaba el cambio. Así que López depositó todas sus esperanzas en la gestión y el prestigio público que conlleva el cargo para ir ganando adeptos y confianza entre quienes le rechazaban de entrada. Seis meses después, no sólo no ha conseguido reducir la impugnación social, sino que la ha incrementado hasta el 71%, probablemente porque a los descontentos iniciales se les han sumado quienes han visto en López un lehendakari inconsistente, sin carácter ni iniciativa, un antilíder que huye de la responsabilidad en los momentos difíciles, como el caso Alakrana, y queda en la marginación política cuando se trata de liderar el avance de Euskadi, como el blindaje del Concierto Económico, el proyecto de Guggenheim Urdaibai y la transferencias de las políticas de empleo.

Si cuando, en los primeros meses, más dispuesta está la ciudadanía para acoger con esperanza un nuevo proyecto, el gobierno aumenta su distancia social y crece la desilusión de la gente, lo que tenemos es un gobierno malo de raíz. Es la situación que define a los regímenes autoritarios, sustentados sobre la propaganda y la retórica de un falso bienestar. López pide tiempo -tiempo para gestionar en positivo, tiempo para desatar una alianza endemoniada con el PP-, pero no entiende que su mal original es haber impuesto un frente de revancha contra la mayoría social. Su mal está en la contradicción entre lo que dice y lo que hace: proclamar que se gobierna para todos, sin frentismos y, al final, enmarañarse en una política antinacionalista y la radicalización españolista. Lo he apuntado otras veces: la gente no comprende la incoherencia del pacto PSE-PP y rechaza que se destruyan avances logrados durante treinta años, como EITB. El cambio es un fiasco y el Euskobarómetro lo refleja despiadadamente.

Y respecto de la segunda mentira, una mala comunicación de la gestión, resulta absurdo y hasta ofensivo a la inteligencia colectiva que se diga tal cosa de un gobierno que se ha distinguido, a falta de mejores afanes, por su esfuerzo en la propaganda y que cuenta con apoyos mediáticos gigantescos. No es tan fácil ocultar la verdad, como no se puede esconder el sol durante mucho tiempo. Cuando la insatisfacción de la sociedad es tan potente y masiva no hay Correo Español ni caterva informativa que pueda negar un hecho inapelable y rotundo: López gobierna contra tres de cada cuatro vascos. El cambio ha descarrilado. Y sólo han transcurrido seis meses.