E comentaba recientemente Ara Malikian que la cultura sobresale en momentos duros como la guerra o la pandemia. El músico, de sangre armenia, nacido en Beirut en plena guerra civil libanesa, recordaba su primer concierto con 12 años, en aquella situación dramática en la que vivía, en un garaje donde se escondía de las bombas. La música le cambió la vida. Una historia que he recordado recientemente con la actriz ucraniana Anabell Sotelo, que acaba de estar en Bilbao para protagonizar el estreno internacional de la obra El libro de las sirenas, de la compañía ProEnglish Theatre, que ha surgido también bajo las bombas en Kiev. "El teatro nos ha ayudado a conseguir que la guerra no pueda con nosotros", me confesaba horas antes de la representación. Dos testimonios, dos guerras, dos momentos diferentes, pero una conclusión común: la cultura salva vidas porque una guerra te rompe por dentro. Anabell me decía que cuando pasa algo así, cuando empieza el conflicto, piensas que el arte o el teatro no tiene lugar porque parece que lo que tienes que hacer es coger el arma e ir a defender a tu tierra. Pero también se puede luchar con las palabras o con la música. Cuando desaparece la cultura, llega la pérdida del pensamiento crítico y la deshumanización y esto lleva a considerar a las personas como números. Como le ha ocurrido a Putin.

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