O de la gracia andaluza es otro tópico deformado. Ni todos los andaluces son graciosos, ni quieren serlo, ni les hace guasa que pensemos así de ellos. Hay quienes la tienen allí donde la espalda pierde su nombre, como el energúmeno hincha del Betis que no tuvo otra ocurrencia que lanzar una barra de PVC que impactó sobre el sevillista Jordán. Lo que rodeó al acto vandálico -la exageración, las justificaciones extemporáneas, la chanza de profesionales incapaces de dar lustre a su escudo...- es residual en comparación con un suceso nada novedoso en el Villamarín. Por supuesto que no todos los verdiblancos se asemejan al indocumentado al que nadie controló... Pero su estadio podría ser rebautizado recordando a una de las bandas más famosas de su ciudad: Reincidentes. En 2007 el técnico Juande Ramos resultó herido al ser golpeado con una botella rellena de cola y hielos, y solo un año después el portero del Athletic, Armando, recibió otro botellazo por el que necesitó varios puntos de sutura. Violencia en uno de esos campos, como en tantos otros del Estado, donde durante décadas se ha tachado voz en grito de "terroristas" a los componentes de los clubes vascos, y a sus aficionados, a quienes se denigraba al decir que jugar en Euskadi era ir a una especie de emboscada. "En El Sadar ahora empujan sin armas", soltaba hace solo un mes el exguardameta de Sevilla y Real Madrid, Paco Buyo, que mantiene viva su mayor especialidad: la provocación. Por la boca muere el pez.

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