ASÓ de ser un fenómeno catapultado en todas las listas tras el éxito eurovisivo del año en que uno nació a la mayor fuente de ingresos de su país. Det svenska musikundret, el milagro de la música sueca, el acrónimo más codiciado, ABBA, los representantes de un género, el schlager, de melodía contagiosa y letras pegadizas, el cuarteto mágico que trascendió en el tiempo. Carne de musical que en época de trap y reguetón ha anunciado su regreso sin perder su esencia en un mundo donde va todo al ganador y, aún así, seguimos teniendo sueños. Donde los estribillos que recitan hoy en día nuestros jóvenes, lejos de hablar de empoderamiento, nos recitan eso de miénteme, haz lo que tú quieras conmigo porque en la cama eres una delincuente, mami, y a mí me gusta todo de ti. Eso, las estrofas más benévolas y cuya dicción a golpe de letra L parece que esté uno cantando en coreano. Quizá ahí podamos hallar una razón de la peculiar manera de divertirse que tiene cierta juventud vasca. Bastan cinco minutos del agorero informativo de la pantalla amiga para comprobar que el ocio de pandemia basado en la gresca se pinta y colorea igual en Plentzia que en Móstoles, Gandía o Despeñaperros. Ni siquiera asoma una causa de las de antaño por muy desacertada que sea. La transversalidad que tanto se reivindica y nos asemeja, despojándonos de identidad, pero trasladada al conflicto festivo. ¡Qué quieren que les diga! Para batallas, prefiero seguir quedándome con Waterloo.

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