EYENDO las explicaciones del presidente norteamericano, Joe Biden, sobre la retirada de su ejército de Afganistán, esa distancia que creíamos que lo separaba del anterior mandatario Donald Trump es más aparente que real. El desdén y la indiferencia que rezuman sus palabras hacia el pueblo del país ocupado durante casi 20 años creo que es el reflejo de la decadencia de un imperio que se encontraba en la cima del fin de la historia cuando un enemigo del tamaño de una hormiga, en comparación con su mastodóntica potencia militar, golpeó su corazón de forma audaz, certera y brutal. En menos de un mes, el 11 de septiembre, se cumplen 20 años del atentado de las Torres Gemelas. El ataque desencadenó la operación orquestada por George W. Bush Libertad Duradera, una respuesta disfrazada de legítima defensa pero de ánimo vengador que muy pocos se atrevieron a cuestionar, por lo que suponía de castigo general a una población víctima de los mismos enemigos como por su ineficaz desproporción para enfrentar un desafío como el del terrorismo. La desastrosa retirada que estamos viendo en directo es el triste epílogo de una operación fracasada, que ni ha acabado con el terrorismo ni ha creado las bases para un Afganistán seguro y con futuro. Luego vino lo de Irak y más tarde lo de Libia. Esa también es la huella de Occidente, al que ahora solo parece preocupar que la riada de refugiados no le alcance.