IREN si son educados los del Gobierno vasco que se dirigen a los treintañeros de usted. "Vacúnense, por favor, por su bien y el de su entorno", les pedían la semana pasada. Y una se imaginaba a un tiarraco en bolas en una cala de Cádiz preguntando perplejo: "¿Es a mí?". Lo mismo que digo yo cuando algún chaval, bajo los efectos de váyase usted a saber qué fórmula, me llama señora. Un poco de respeto, hombre, por dios. Señoras, como todo el mundo sabe, son nuestras madres. A lo que iba, que la peña, caña, cubata, sangría, cigarro o peta en mano, no se ha dado por aludida. ¿Vacunarme en pleno agosto, en mitad de mis vacaciones? Un poco de sensatez, hombre, por dios, ni que estuviéramos en una pandemia. Que si hay que ir se va, pero tengo una paella reservada y es una pena que se eche a perder. La cosa es que los potenciales titulares de esas decenas de miles de citas disponibles no están, pero se les espera, preferiblemente vivos. Con las batallas a lo Juego de Tronos que hubo a principios del verano para pillar una dosis, que algunos parecían yonquis, y ahora el personal se ha calzado las chanclas y ha dejado la asignatura de la responsabilidad para septiembre. Un poco de compasión, hombre, por dios. Que empieza el curso escolar sin anestesia y la ruleta se vuelve a poner en marcha. Hagan el favor y dejen de chupar gambas un ratito, porque ¿a qué estamos: a vacunódromos o a chiringuitos?

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