HORA que estamos a lo que estamos convendría cambiar la expresión curados de espanto por vacunados de espantos. Nos sentimos más seguros si nos han dado los dos pinchazos y esperamos, como la próxima final del Athletic, que les llegue el turno a nuestros hijos. Dentro del capítulo de las anécdotas, que al final termina siendo una parte importante del líbro de nuestra vidas, la liada parda del coronavirus será una joya dentro de unos años y el operativo de la vacunación nos dará carrete para todo tipo de batallitas. En mi caso, la segunda dosis fue toda una mina. Primero, porque dos gudaris que se sumaron a la fila dos minutos más tarde llegaron con evidentes síntomas de haber pasado toda la noche dándole al cilindro etílico. Digamos que repitieron la primera comunión con una borrachera que llamaba la atención y no se cortaron a la hora de demostrarlo. Segundo, porque poco después apareció un pájaro acompañando a una mujer que se iba a vacunar y desde la acera de enfrente nos hizo saber a todos que en Rusia ya se estaban muriendo los que se habían vacunado. Y tercero, porque un jeta intentó colarse en la fila y se enfrentó a una enfermera y a la encargada de seguridad denunciando racismo y exigiendo que el lehendakari acudiera a dar fe del atropello. Es tan democrática y plural la vacunación que a veces se nos olvida que seas el primero o el último, hay alguien que vela por nosotros y que hay que respetar su esfuerzo.

Asier Diez Mon