XPERIMENTO en pleno agosto: escribir una mesa de redacción en una terraza con treintaytantos grados estrechando el cerco. La referencia a la escala celsius ya les habrá dado una pista clave, no estamos hablando de una terraza en Euskadi y el que suscribe luce desde hace unos días la peineta de las vacaciones. El caso es que el inicio de la tarea era prometedor. Las nueve mesas de la terraza estaban libres, así que pude escoger testando las variables de peso en estas ocasiones, sombra y viento. Todo ello acompañado de un refrigerio acorde al momento creativo que se afrontaba. El primer mazazo llegó con el eterno vértigo del folio en blanco, todas las ideas que había barajado para este espacio desaparecieron en el momento crítico. Ese vacío me llevó a una eterna conclusión nunca afrontada, la certeza de que, llegada una edad, hay que ir por el mundo con una libreta y un boli para dejar constancia de los pensamientos digamos que aprovechables. Segundo golpe, el de calor. No hay terraza que supere el reto de una temperatura superior a los 30 grados. Además, los parroquianos empezaron a rodearme a los cinco minutos de sentarme, cortando todas las vías al viento. Y por si fuera poco, un matrimonio maduro de guiris, escoltados por dos perros de tamaño imponente, escogió la mesa de al lado. Así que estas líneas están escritas con una perra sentada a escasos centímetros. De modo que aunque tal vez no sepa qué es trabajar como un perro, sí sé qué es hacerlo con una perra.

Asier Diez Mon