ESDE que prendió el pebetero arrastra uno el efecto búho por el que las horas de dormir se limitan a intermitentes cabezazos con los ojos entreabiertos en un improvisado sofá-cama frente al televisor, y debe ser la adrenalina olímpica -y el café- la que nos mantiene luego en pie. Recuerdo igual escena en la infancia, cuando a Iturriaga solo le frenó Jordan en Los Ángeles o cuando en Seúl apareció empuñando una raqueta la menor de los Vicario. Escuchar Barcelona en la voz de la Caballé y Mercury hace que a uno se le ponga gallina de piel, que diría Cruyff. Es la magia de los Juegos, descafeinados en Tokio entre tanto héroe perdido, caído o de baja, y la ausencia de público jaleando las gestas o mascando decepciones. Una edición de transición hasta París 2024. Ningún otro escenario nos atrapa tanto a los apasionados del deporte, que escudriñamos hasta la última prueba de la especialidad más insospechada y que solo capta el foco cada cuatro años. Guardo casi enmarcado el perfil que en Sidney 2000 me encargó mi jefe sobre la gimnasta rumana Andreea Raducan, que destronó a la rusa Khorkina y se postuló como sucesora de Com?aneci. El sueño le duró 24 horas, lo que tardó en airearse el dopaje involuntario al que le sometió su médico. Las miserias del Olimpo. Pedestal al que se han subido el velocista italiano Jacobs y su compañero de altura Tamberi... Por cierto, Italia: Eurovisión, la Eurocopa, los 100 metros... ¿Qué más nos vas a regalar este pandémico 2021?

isantamaria@deia.eus