N el último acto del sainete borbónico resulta que Corinna Larsen ha demandado por acoso y espionaje al Emérito. La denuncia, presentada ante la justicia británica, sostiene que el CNI le realizó una "vigilancia ilegal" a partir de 2012 y pide una orden de alejamiento para Juan Carlos I. ¿Una orden de alejamiento para un octogenario que está a miles de kilómetros de distancia y se mueve a duras penas? Desde que el campechano le pidiera que le devolviera los 100 millones de dólares que le había transferido desde una fundación panameña radicada en Suiza, la aristócrata no deja de malmeter. ¡Santa Rita, Rita, lo que se da no se quita! Hablamos de un culebrón casposo con personajes más casposos aún. Pero no nos engañemos, esta no es la ingenua historia de El príncipe y la corista, sino una desgraciada deriva de poder, lujo, dinero y otras cosas. Con quién se acueste el Borbón, mientras le pague él los vicios con su dinero, no es nuestro problema, pero que utilice los medios de Estado, que tenga la pasta en paraísos fiscales, que defraude a Hacienda y sea (todo supuestamente claro), un vividor comisionista, sí. Es evidente que esta mujer es exactamente lo que parece y él, también. Lo más grave es que Juancar se debe estar partiendo la caja, disfrutando de un retiro dorado, cachondeándose de todos sus vasallos (especialmente de los súbditos de baba fácil) y de la justicia, sabiendo que no le van a tocar un solo pelo de su real trasero porque es inviolable.

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