UNQUE de él no quedaban ya ni las exequias, ha sido ahora cuando una jueza ha declarado la extinción de UPyD dando orden para que desaparezca del registro de partidos pese a la resistencia de sus ¿dirigentes? Lo suyo es como un réquiem póstumo, en diferido, después de que se bajara del barco hace un lustro la antagonista que lo hundió, Rosa Díez. Cuando los votantes más rancios de PP y PSOE se desencantaron en el océano bipartidista, se dejaron seducir por los cantos de sirena de la camaleónica exconsejera del Gobierno vasco de los 90, años de plomo mientras la de Sodupe se promocionaba, y de paso a Euskadi, por China, México, Cuba, Chequia... antes de que el nacionalismo pasase de ser su bastón a su obsesión. Como también lo es el PSOE al que intentó liderar rascando un 6% de apoyo en las primarias para luego ir mutando su discurso conforme a sus necesidades laborales, agigantar su ego y considerar traidores a aquellos que osaban cuestionar su gestión en la formación donde la unidad duró poco, el progreso era un eufemismo y la democracia, la que señalaba su dedo. Lo vio y lo puede contar otro defenestrado, Albert Rivera, al que menospreció en su intento de ligar su naranja con el magenta y que se merendó a una Díez que, tras haber coqueteado con el PP por su amistad con Caye, le hace ojitos a Vox con su bilis más casposa y antiizquierdista. "Espejito, espejito, ¿quién es la más guapa del reino?"... ¡Y aparece Arrimadas!

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