OS últimos datos sobre el mercado laboral vasco, así como el análisis de las distintas variables referidas a la evolución de la economía vasca en los últimos meses, reflejan una realidad ambivalente. Por un lado, el hecho de que Euskadi haya cerrado el año 2021 con una tasa de paro inferior al 10% -en línea con la última revisión de las previsiones realizada por el Gobierno vasco- constituye en sí mismo una circunstancia positiva a considerar, dado el descenso que supone respecto al ejercicio anterior. Sin embargo, la evolución del empleo en los últimos meses del año se ha visto claramente resentida por el gran impacto que tuvo la pandemia en este periodo, en especial con la explosión de contagios debidos a la variante ómicron, lo que ha derivado en una importante retracción de la actividad, sobre todo en algunos sectores. Ello demuestra, una vez más, la relación directa que existe entre la evolución de la pandemia y la de la economía y, por ende, la falsedad de la dicotomía y de la presunta necesidad de elegir entre salud y generación de actividad y riqueza. La actual situación epidemiológica, cercana al pico de la sexta ola pero aún con miles de contagios -y decenas de miles de bajas laborales que complican la actividad de las empresas-, es, por tanto, un factor muy a tener en cuenta de cara al futuro respecto a la evolución de la economía y al incipiente proceso de recuperación y a los riesgos a los que se enfrenta, no solo en Euskadi sino a nivel global. La pandemia, además, está generando agudos y por momentos acuciantes problemas en la cadena de suministros que amenazan también a miles de empresas y al empleo. La inflación se está consolidando también como un elemento distorsionador que favorece la contracción y, con ello, el freno a la recuperación. Con todo, los datos sobre el paro, el récord de recaudación o del PIB -con un incremento del 5,5%- son esperanzadores y deben ser un acicate añadido hacia la reactivación. De ahí la necesidad de consolidar esta tendencia pese a las incertidumbres existentes. Es imprescindible apostar por una economía sana en toda su dimensión, capaz de generar riqueza y empleo de calidad que aporte valor añadido como factor de éxito en el sistema productivo fundamentalmente industrial, que demanda formación cualificada para abordar los grandes retos de la digitalización, la innovación tecnológica y la sostenibilidad.