L Partido Popular está en una sistemática y cada vez más agudizada estrategia populista tan peligrosa para la convivencia normalizada y la estabilidad política como presumiblemente rentable a corto plazo desde el punto de vista electoral. No es en absoluto una forma nueva de actuación en el PP, pero en las últimas semanas su actividad está alcanzando cotas intolerables que sobrepasan lo grotesco. Como formación mayoritaria de la oposición, es obligación de la formación popular controlar la labor del gobierno y plantear alternativas a su acción ejecutiva y legislativa. No es esta la actividad que está llevando a cabo el partido liderado por Pablo Casado, que se maneja de manera casi exclusiva y obsesiva en la crítica desaforada, de trazo muy grueso y poco o nada razonada con el único objetivo de desgastar por descrédito al Ejecutivo de Pedro Sánchez. Todo le vale al PP en esta estrategia meramente destructiva y de confrontación: unas palabras desafortunadas del ministro Alberto Garzón sobre la ganadería intensiva que los populares llevan explotando a diario de manera sobreactuada -ayer mismo, Carlos Iturgaiz en una granja alavesa-, la política de reinserción de presos a la que están legalmente obligadas las instituciones ligándola de manera torticera a ETA, la confrontación de lenguas con el euskera y el catalán como objetivos, la judicatura y sus instituciones, las víctimas de la violencia, su postura de rechazo a la reforma laboral o los fondos europeos que ahora pretende judicializar. Es una estrategia populista de libro, al estilo de las formaciones de extrema derecha de Europa. La característica común de esta irresponsable manera de actuar es la confrontación con el Gobierno. La perversión y devaluación de la política en la que está sumido el PP ha llegado al punto de que ha precipitado la convocatoria electoral adelantada en una comunidad autónoma como Castilla y León sin que hubiera razones objetivas para ello con el fin de que sirva de banco de pruebas y trampolín para su asalto a La Moncloa. A este estado de situación contribuye sobremanera la extrema debilidad de Pablo Casado, sometido a las directrices que se le marcan desde la Fundación Faes de José María Aznar y que ha asumido definitivamente las ideas y prácticas de Vox que le hacen ir siempre a rebufo de la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso, que le disputa descaradamente el liderazgo del partido.