AS imágenes del caos desatado en el aeropuerto de Kabul tras la toma de la capital afgana por parte de los talibanes, con centenares de personas intentando subirse a los aviones para huir del país, son la muestra palpable de la angustia y el terror de la población ante la amenaza -muy real- de riesgo para sus vidas y de un brutal retroceso en sus derechos y libertades. La situación es especialmente desesperada para las mujeres, a las que los fundamentalistas niegan de raíz una mínima libertad, voluntad y capacidad de independencia y de decisión sobre sus propias vidas así como de interacción social, relegadas a la dominación y satisfacción del hombre y a las tareas domésticas. Un “apartheid de género”, tal y como lo calificó un informe de ONU Mujeres referido al periodo de dominio talibán de hace dos décadas, no solamente por la obligación del uso del hijab o incluso del burka, sino porque era un sistema en el que las mujeres no podían trabajar, ni estudiar a partir de los ocho años o salir siquiera al balcón de su casa sin un hombre y donde ninguna chica podía hablar en voz alta o reír en la calle ya que ningún extraño debía escuchar la voz de una mujer. Tras la derrota del régimen talibán y su expulsión del poder, durante los últimos veinte años las mujeres afganas han conseguido importantes progresos en materia de derechos y libertades que ahora ven de nuevo amenazadas. Hasta ahora, de hecho, 3,5 millones de niñas afganas asisten a la escuela, más del 25% de los miembros del Parlamento son mujeres y hay casi un 30% de empleadas en la administración pública. Avances que ahora están en serio riesgo con la toma del poder por los fundamentalistas, que no han abandonado su ideario y, de hecho, están imponiendo de nuevo las viejas normas -más propias de la Edad Media- en los territorios en los que ya se han instalado. El rotundo fracaso de la misión internacional está dejando a la población afgana, pero en especial a las mujeres, en el mayor de los desamparos, abandonadas a su suerte. La desesperada huida de miles de personas de Kabul atestigua la catástrofe humanitaria que se avecina. La acogida de refugiados que ya se planea -urgente y necesaria- no será suficiente, porque los talibanes instaurarán de nuevo un régimen totalitario, liberticida y profundamente radical y patriarcal. La comunidad internacional está moralmente obligada a impedirlo.