L presidente Pedro Sánchez presentó ayer su proyecto de desarrollo socioeconómico para el Estado a tres décadas vista, con la indisimulada voluntad de acallar las acusaciones de la oposición de falta de programa de Gobierno e improvisación. El componente enunciativo del documento España 2050: fundamentos y propuestas para una estrategia nacional de largo plazo es un diagnóstico de retos compartidos de evidente vigencia tanto en los aspectos demográficos y sociales como ambientales o formativos para una mejor capacitación. La parte propositiva obvia -lo que empieza a ser una preocupante costumbre- la realidad territorial y administrativa del Estado, con su estructura de competencias y modelos desiguales de autogobierno y resuelve el necesario consenso con una vaga promesa de diálogo nacional que puede ser una gran oportunidad o un grave error. Sin atisbo del ideal federalista con el que Sánchez se ofrecía a gobernar, esa voluntad de establecer un consenso de Estado está acosada por la tentación de jugar a una nueva transición en la que, de nuevo, los principales poderes políticos, económicos y sociales del Estado, más concentrados que nunca en su capital y manejando sistemáticamente el efecto altavoz que les proporciona, jueguen sus cartas dando la espalda a la periferia y su especificidad social, cultural, política y económica. Por el contrario, la propuesta sería una gran oportunidad de afrontar uno de los principales problemas no resueltos de la España democrática: el autogobierno y la territorialidad. Si Sánchez considerase que entre los retos está la construcción de un modelo equilibrado de convivencia y reconocimiento bilateral de las distintas realidades nacionales del Estado, encontraría una interlocución dispuesta entre las mismas sensibilidades que dan estabilidad a su gobierno y que son mayoritarias en sus ámbitos territoriales. Sin embargo, el presidente español no hizo mención al conflicto territorial como reto a superar por la vía del diálogo y las únicas reflexiones sobre la especificidad o la necesaria bilateralidad que está vigente en la relación de Euskadi y Nafarroa con el Estado, por ejemplo, muestran claros rasgos de desconfianza abrazando el discurso de la equiparación interna del Estado y la armonización, que en el pasado han sido argumentos sobre los que se han construido auténticos ataques al autogobierno.