A intensidad de la violencia sostenida en Estados Unidos en las últimas semanas ha hecho trasladar el debate sobre el racismo y el recurso a esa violencia al corazón del discurso político en un año de elección de presidente. La sucesión de casos de excesos policiales con resultado de muerte de ciudadanos pertenecientes a minorías raciales -especialmente afroamericanos- ha dado lugar a una reacción de protesta sin parangón en el pasado reciente del país. En ella se han colado excesos que han hecho del disturbio y del propio recurso a la violencia una forma de protesta, aprovechando la espita de una justa demanda de defensa de derechos universales que queda en ocasiones solapada por actitudes antisistema, entendidas estas como la subversión de por la violencia del orden democrático. La contención de estas tendencias se hace especialmente difícil para quienes pretenden liderar un movimiento político pacífico y armado de principios de convivencia. Más aún cuando, en el otro extremo, la situación se utiliza para reivindicar como principio central de la democracia el de seguridad y orden público, en detrimento de los valores de igualdad, libertad y derechos humanos. En plena campaña electoral lanzada, mientras en el Partido Demócrata se siente la necesidad de evitar, mediante la contención de la violencia reactiva, que esos principios democráticos se vean enterrados y pueda parecer que falta contundencia en la denuncia, en el Republicano se ha abrazado sin complejos la posición opuesta. Donald Trump y el sector ultraconservador republicano se han hecho con los mandos de un partido que ha dilapidado el orgullo de haber sido el promotor, a través de Abraham Lincoln, de la emancipación de los esclavos en su país. Trump y los republicanos han hecho de la confrontación contra las protestas un activo electoral. Están enterrando el origen de la reivindicación bajo una losa de miedo al caos y están inflamando en el imaginario colectivo de muchos compatriotas como virtud actitudes del supremacismo racial que glorifican la violencia como respuesta, no ya a la amenaza sino a la diferencia. Si la expectativa de recuperación de popularidad con ese discurso se cumple, en el camino habrá quedado deteriorada para esta década la posibilidad de rescatar los principios de universalidad de derechos que asientan las democracias. Sería una victoria total del populismo.