LA ausencia de Fernando Buesa y Jorge Díez, asesinados por ETA el 22 de febrero de 2000, continúa sacudiendo las conciencias de la sociedad vasca y obligando al doloroso recuerdo de su memoria veinte años después. El crimen del político socialista y del ertzaina que trataba de salvarle la vida a diario fue uno de los que más impacto político y social causó en Euskadi, tanto por la figura de Buesa y lo que representaba como por el enrarecido clima en el que tuvo lugar y las circunstancias del atentado y, también, por las consecuencias que -además de la irreparable y absurda muerte de dos personas- tuvo en diversos ámbitos, hasta el punto de que el país llegó a vislumbrar lo que pudo ser una fractura social. Fernando Buesa, portavoz socialista en el Parlamento Vasco, exvicelehendakari, exconsejero de Educación y exdiputado general de Araba, representaba una voz crítica con el nacionalismo, pero sobre todo contra ETA y la violencia irracional. Su asesinato tenía la intención obvia de acallar su palabra y también de envenenar aún más la convivencia política y social. En parte, desgraciadamente, ETA logró también este objetivo. Pudo percibirse de manera descarnada durante la manifestación que se celebró en Gasteiz en protesta por su crimen, donde se visualizó un poco edificante enfrentamiento político y en los días posteriores con un ambiente social irrespirable. El atentado, además, espoleó la reacción del Estado, con la firma del pacto antiterrorista y la Ley de Partidos que propició la ilegalización de Batasuna y todo el entramado social y político de la izquierda abertzale, cuyos representantes, por cierto, fueron incapaces en aquellos días no ya de condenar el asesinato de un compañero del Parlamento, sino que ni siquiera mostraron la más mínima empatía y humanidad, palabras que ahora manejan con inusual soltura. Veinte años después, la sociedad vasca mantiene firme en su memoria colectiva a Fernando Buesa y Jorge Díez y lo que representaban, como al resto de víctimas. A diferencia de entonces, los homenajes de estos días han sido unitarios y muestran el rechazo a la violencia, la deslegitimación del terrorismo y el compromiso de que nunca más vuelva a suceder. Sin embargo, sigue faltando que la izquierda abertzale diga que el asesinato de Buesa y Díez, así como del resto de víctimas, estuvo mal y nunca debió suceder. Se lo deben a ellos, a su memoria, y a la sociedad vasca.