A propósito de nada,

¿Se puede amar la obra y odiar al autor? Es complicado ver su cine y no evocar al pederasta. Quizás por eso en Rifkin's Festival apenas percibí más mérito que los bellos escenarios de Donostia. ¿Podemos leer Madame Bovary obviando al pedófilo Flaubert? Igual sucede con las canciones, ahora amargas, de Michael Jackson, otro depredador de niños. Tiene Woody quien le defienda, como los monárquicos españoles disculpan la rapiña del emérito. El síndrome Woody Allen, ensayo de Edu Galán, es a la vez un cómico panegírico del cineasta y un despiadado ataque a Mia y a cuantos, abducidos por las redes sociales y la endeblez moral de la izquierda, creemos a Mía y sus hijos y no a Allen. Ni la presidenta del club de fans de la Pantoja había sido más entusiasta en el enaltecimiento de su ídolo.

También ha vuelto la historia de Kennedy y otra vez con Oliver Stone, creador del mejor film sobre el magnicidio. Quería ser un documental, pero tras el rechazo de Netflix será una película a estrenar en Cannes. La verdad sigue pendiente. ¡Eh, Mr. Allen, no se esconda detrás de la cámara!