EL seguimiento de la actualidad del Athletic. Si uno, simplemente, se deja llevar por los acontecimientos corre el riesgo de resultar muy pesado. A poco más de un mes del cierre del curso, buscar argumentos o reflexiones originales que amenicen el análisis se convierte en una empresa casi imposible, toda vez que el comportamiento del equipo se repite como el ajo. Así lo reconocen los implicados, sobre todo el entrenador, que da la cara ante los medios antes y después de cada partido. Tarea en la que Marcelino se desenvuelve con soltura, aunque no debe ser muy grato estar todo el rato remachando los mismos clavos y encima poniendo buena cara.

La cantinela de que los merecimientos no se corresponden con los resultados o el reconocimiento explícito de las carencias, siempre las mismas, ocupan gran parte del discurso del técnico. Qué remedio si las intenciones chocan a menudo con la realidad, si el juego aboca al equipo a debatirse en un permanente quiero y no puedo.

Aunque haya días en que Marcelino trata de vender algo que solo se sostiene desde un prisma muy interesado, es fácil que su lectura de los acontecimientos sea compartida en términos generales. Sabe pulsar las teclas adecuadas para tocar la fibra del aficionado y es muy consciente de la generosa predisposición del entorno que acaba perdonándolo todo excepto la indolencia. Y cuando se cita al entorno, se ha de incluir a una prensa que jamás le ha puesto en aprietos. Por supuesto que recibe críticas, pero no se recuerda ningún episodio tenso, el típico intercambio de pareceres, preguntas, respuestas y repreguntas, que pone en un aprieto al interpelado.

En realidad, todo discurre como la seda, pese a que los números y la imagen son los que son. Al paso que va y de no mediar una reacción fulgurante, el Athletic se expone a reeditar una campaña acorde al sentido de la expresión "ni fu ni fa". O sea, que lo que pudo ser no se materializa, ni una de las aspiraciones que el club tenía en mente se plasma en un logro tangible.

Próximo a cumplir un año y medio en el cargo, Marcelino comprueba que sus directrices no dan los frutos deseados. Se mire como se mire, su Athletic continúa siendo un proyecto inacabado. Ha sido fiel a unas convicciones que apenas ha reformulado y se le ha de reconocer que ha realizado una serie de aportaciones interesantes, especialmente en lo concerniente a las rutinas de trabajo, al día a día, generando un ambiente positivo, pero de ahí a optimizar las posibilidades que ofrece la plantilla va un trecho. Y se antoja razonable apuntar que aún no lo ha recorrido.

Ilustrar lo expuesto con un ejemplo práctico entraña peligro, más que nada porque pudiera interpretarse como un afán por cargar las tintas en un sujeto concreto, cuando en realidad no existe ni un ápice de animosidad. Al contrario, estoy persuadido de que Iñaki Williams es víctima de un tratamiento erróneo por parte del club y de algunos de los entrenadores que le han dirigido, también el actual. El propio Marcelino declaró hace un año largo lo siguiente: "Exigirle algo que es diferente a sus cualidades no es justo". El pasado agosto, añadió: "No espero que explote como goleador. No hará veinte goles, meterá seis, diez o doce, en una temporada a lo mejor quince".

Completamente de acuerdo y por ello no se entiende la contumaz decisión de que ejerza de punta de lanza del equipo partido tras partido, que para eso es el hombre récord, a sabiendas del repertorio que atesora, de sus virtudes y sus defectos. Es negativo para Iñaki Williams y, por extensión, para un grupo aquejado de un palmario déficit de pegada. Tampoco se entiende esto otro: "Desde fuera se le están poniendo todos los obstáculos del mundo". ¿Desde fuera?