L Athletic adecenta sus números en la liga. Imbatido en las dos jornadas previas, ayer agregó tres puntos a la cuenta y lo hizo además a domicilio. Nada que alegar al resultado. Simple y llanamente, impuso su ley el conjunto más sólido con armas muy elementales. Fue como robar a un pobre, pero tampoco es que el Elche, el primer rival en el campeonato, fuese precisamente un coco, por lo que merece valorarse lo obtenido, aunque el desarrollo del partido difícilmente consiguiese alegrar el ojo del aficionado.

Al Celta que mediada la pasada campaña se inventó Eduardo Coudet para evitar una catástrofe se le ha agotado la vigencia del factor sorpresa. Alinear un montón de peloteros en la confianza de que compensen con ingenio y acierto la escasa consistencia de la estructura en este caso puede constituir una apuesta honesta, porque la composición de la plantilla viguesa es la que es, pero a la larga la competición exige algo más de enjundia para responder como un bloque fiable. Depender básicamente de Aspas, ayer se le vio claramente fuera de forma, y de los esporádicos detalles de Brais, Nolito, Denis y compañía, funciona hasta que los rivales se ponen serios, currelan con una abnegación llevada al límite y reducen al mínimo el capítulo de concesiones.

El abismo que separa al Athletic del Celta no tiene mucho que ver con el trato que le dispensan al balón. Sin duda los vigueses son más delicados, les avala su vocación estética, pero tampoco poseen la velocidad suficiente como para superar las bazas que en la actualidad adornan a los rojiblancos. Si algo les caracteriza en este momento a los chicos de Marcelino es que son capaces de ser muy pesados, constantes si se prefiere; no tienen inconveniente en asumir sin rechistar un generosísimo despliegue físico. Así ha sido en cada una de sus actuaciones. Ante el Elche pudieron salir derrotados igual que debieron salir victoriosos a costa del Barcelona y ayer, por fin, se salieron con la suya.

Es una forma de entender el juego que no favorece el lucimiento ni la brillantez, las posesiones dejan mucho que desear con irritante frecuencia, pero hay que aguantarles el elevado ritmo que imprimen, la aplicación en las disputas, el rigor en el orden posicional, el afán por participar en las idas y las vueltas tantas veces como sea preciso, que desgraciadamente son muchas porque acumulan pérdidas con una asombrosa facilidad y, a modo de guinda del pastel, una contundencia admirable en terreno propio. La suma de lo apuntado se reveló como un reto gigante para este Celta que, sin exagerar, hubiese necesitado dos o tres días para marcar.

La destrucción de los argumentos del adversario fue la base del guion de Marcelino, al menos es lo que se deduce del comportamiento de sus hombres. Dirá el técnico que no le haría ascos a que su Athletic fuese más eficaz, preciso y profundo, que le encantaría que no recurriese con desesperante complacencia al patadón pudiendo elaborar una pizca más sus despliegues: intercalar tres, cuatro pases seguros al compañero, templar con premeditada dirección al área. En fin, ese tipo de acciones sin las cuales el rendimiento colectivo deriva irremediablemente en un alarde de entusiasmo, puro tesón.

Pero para que el fútbol cobre cierto vuelo resulta indispensable que la gente de medio campo y de arriba aparezca, exhiba sus recursos. Partidos como el que firmaron Muniain, sobre todo, pero también Berenguer o el propio Iñaki Williams, por mucho que tuviese el honor de adjudicarse el gol de la tarde, condenan al equipo a perseverar en una disposición destajista, donde lo fundamental es la concentración y el sacrificio.

Comparar el nivel de Iñigo Martínez con el de los intocables mencionados es un ejercicio peligroso, así que mejor quedarse con lo bueno y punto. Ver al central zurdo cortar y/o despejar, cuántos serían, veinte, treinta balones de su zona y de las de sus compañeros, se convirtió en un tremendo espectáculo, un cursillo completísimo solo al alcance de un número uno en el desempeño de su oficio. Tampoco desentonaron los otros defensas, Balenziaga por ejemplo estuvo de notable, Dani García colaboró lo indecible y todo ello redundó en que Simón tuviese un estreno de guante blanco.