L Martínez Valero no es Anfield. Es solo una manera de decir que el estreno liguero del Athletic en absoluto respondió a lo esperado. Las expectativas amasadas a lo largo de la pretemporada desembocaron en un esperanzador ensayo general ante el Liverpool, pero a la hora de la verdad, frente al Elche, muy poco de lo prometido obtuvo plasmación. La incapacidad para exhibir una versión sugerente y eficaz se explica con una obviedad: anoche el partido era de competición y todo lo anterior, la serie de media docena de amistosos, tenía la trascendencia que merecen los ensayos estivales. En conclusión, el Athletic experimental sacó nota y al oficial se le podría puntuar con el cinco raspado, más que nada porque no perdió. Empató, que es el desenlace más repetido desde que Marcelino lleva las riendas del conjunto rojiblanco.

Otra forma de describir la actuación sería que el Athletic está donde estaba. Los avances que supuestamente se habían producido desde el 7 de julio quedan pendientes de ratificación. El funcionamiento del equipo recordó demasiado al de la anterior edición del campeonato, para cosa buena. La irregularidad que marcó su andadura volvió a lastrar una imagen que quien más quien menos auguraba reforzada. Una vez más, lo suyo fue amagar, no dar y luego perderse por los vericuetos de un duelo que siempre pareció asequible y sin embargo se complicó en exceso. Incluso en la última fase, con el rival dando evidentes síntomas de cansancio, el peligro rondó a Agirrezabala, quien hasta tuvo que realizar su particular aportación para evitar la derrota en el tiempo añadido, al igual que Iñigo poco segundos después.

De poco vale salir al campo como un tiro si el poder de intimidación no se plasma en gol y si encima el brío resulta ser un espejismo que se difumina cumplido el cuarto de hora. De ahí en adelante, el desgobierno o desconcierto sin remedio que favorece el paulatino crecimiento de un Elche al que se le brindó la opción de creer en sus posibilidades. Plano en la creación, el Athletic acusó la desaparición de los hombres que tienen la obligación de asumir responsabilidades con la pelota. Es una historia vieja que, según lo visto, conserva plena su vigencia. Unos que se pierden en la espesura, otros que no aciertan en los instantes decisivos, alguno que se diría conforme con un detallito suelto y así. Total que al final el peso acaba recayendo en quienes se encargan de sujetar la estructura, los centrales, Balenziaga y el fogoso y cumplidor Dani García.

Las transiciones ágiles, esas que el entrenador quiere a pocos toques y con movilidad constante, se reducen a una intención que en la mayoría de las ocasiones ni siquiera es posible desarrollar, dado que el personal está parado y pendiente de si Iñigo halla o no destinatario a desplazamientos con frecuencia destinados a terminar en poder del adversario. En síntesis, que el Elche tuteó al Athletic y se vació para compensar las deficiencias que trae de fábrica, por lo que puede sentirse satisfecho por el punto sumado. Afirmación que no es traspasable al bando contrario. Por si hubiera dudas al respecto, basta con repasar los significativos gestos de Marcelino en la banda. Tampoco él presenció aquello que había imaginado.