ON qué te quedas de todo lo que ha pasado en los últimos días? Yo, con la victoria, respondí al amigo. Sí, me quedo con la conquista del título, con que se hayan resuelto dos partidos de máxima dificultad por mucho que ni Real Madrid ni Barcelona estén para echar cohetes, como refleja la clasificación liguera. Ni así es una empresa asequible derrotar a ambos a partido único, pero ha sucedido.

Por una vez elijo la victoria, teniendo claro que ganar esta Supercopa no era un reto que objetivamente se pudiera reclamar al equipo, ni por supuesto esperar que se materializase. Nunca he creído que el motivo principal para ser del Athletic. Identificarse con el club, sentirlo como algo propio, no es una actitud vinculada a la consecución de éxitos, desde mi perspectiva al menos. Siempre me ha llenado más la serena espera, que no ansiedad, del entorno en esas travesías por el desierto, a veces de años y años, sin trofeos ni finales que llevarse a la boca; o comprobar el amparo de San Mamés en contextos delicados, cuando pintaban bastos y los peores augurios se cernían sobre el equipo.

Más orgulloso me he sentido al ser testigo de esa modalidad de lealtad que la afición cultiva en las malas, incomparablemente más colmado que cuando ha tocado sumergirse en la vorágine de la euforia tras determinados acontecimientos felices, como este tan reciente aún. Por esta razón, quizás no me afecta en exceso que el pueblo no tenga la oportunidad de echarse a la calle para soltar adrenalina y poner a prueba la resistencia de sus cuerdas vocales. Sí, es una pena ver las calles vacías, sin colorido, pero no porque sea inviable celebrar el clásico recibimiento. La tristeza que se palpa en el ambiente trasciende al fenómeno Athletic. Sencillamente, vivimos un tiempo desgraciado que condena cualquier forma de expresión social. Estamos amarrados de pies y manos en el preciso instante en que el destino le hace un hueco a la hazaña rojiblanca.

Sin embargo, nadie nos impide sonreír y disfrutar en la intimidad con la valerosa demostración del equipo, renovar el compromiso de ciento y pico años con la singularidad, dar lustre al escudo grabado en la piel. No existe celebración más emocionante que la que cada cual comparte consigo mismo y los más próximos, acaso las personas que nos educaron en la asignatura del Athletic, a las que les debemos agradecimiento. Porque el asunto va de eso, de transmisión de valores, de pasar el testigo de generación en generación y sostener entre todos un ideario a contracorriente, defenderlo de las agresiones a que está expuesto, precisamente porque es un espejo donde los demás se miran y no se encuentran.

El último que ha comprendido el significado auténtico del Athletic es Marcelino García y eso que no ha saboreado el calor popular. En dos semanas ha tenido el privilegio de asistir desde dentro a un proceso increíble, sin parecido alguno a nada que haya conocido en su dilatada carrera en los banquillos. No habló de cara a la galería al conceder el mérito a sus jugadores, cuya disposición le ha abrumado.

Son muchos los factores que intervienen en un triunfo tan sonoro, de toda índole, desde la fortuna con su cuota nunca fácil de calibrar en el fútbol hasta la preparación de los partidos, el estudio del rival, las consignas tácticas, la elección de los titulares y la gestión de los cambios, pasando por la labor de mentalización, la charla grupal, los apartes con fulano o mengano, y cómo no, el acierto, la inspiración de los actores con el balón, a menudo una cuestión de centímetros o de décimas de segundo. En fin, sin olvidar que delante hay once tipos que aspiran a lo mismo, son demasiados elementos que necesariamente se han de conjugar para que el signo del marcador sea favorable. Y además y por encima de lo enumerado, está la implicación del colectivo: la fuerza que es capaz de desarrollar, la energía que desprende la suma de aportaciones y que se expresa en términos de generosidad, responsabilidad, solidaridad. Deseo que es sinónimo de ambición, lo que comúnmente llamamos casta, genio, amor propio, etc. El secreto que permite al Athletic y solo al Athletic jugar de tú a tú contra enemigos en posesión de más recursos técnicos y físicos, sin complejos ante futbolistas habituados a recibir premios.

No existe otra explicación para comprender por qué el Athletic es el campeón de la Supercopa fuera de ese impulso anímico que anida en su seno y del que Marcelino tenía noticia de pasada, de las veces que vino a Bilbao con sus distintos equipos. Ahora está en el secreto, ya sabe de qué va la cosa, ha respirado el aire de la caseta y lógicamente la experiencia le ha enganchado; le ha hecho feliz básicamente porque no podía ni sospechar que en tan breve lapso de tiempo accedería al corazón del club. De ahí su afán por subrayar el trabajo de la plantilla, ninguna otra le hubiese brindado semejante bienvenida.

Y hasta aquí el capítulo del torneo que el Athletic arrebató a unos adversarios que no se lo tomaron muy bien que digamos, en la línea de los organizadores y de los medios de comunicación no radicados en Bizkaia, que siguen sin captar bien lo que pasó en Málaga y Sevilla. Si quieren, Marcelino se lo puede aclarar, pero rapidito que el calendario no se detiene y por delante tiene mucha labor. Toca volar a Ibiza, sin gafas de sol ni chancletas, el lunes viene el rudo Getafe y, no nos engañemos, poner el listón tan alto conlleva algunas consecuencias.