A ampliación del contrato de Unai Nuñez se recibió como el descubrimiento de un oasis en mitad del desierto. En la interminable digestión mental de tanta arena, por fin agua fresca que llevarse a la boca. Un anuncio positivo copando, siquiera por unas horas, la nada sugestiva actualidad del Athletic. Y, bueno, es que al margen del contexto deportivo resulta de por sí agradable enterarse de que un jugador instalado en el equipo y al que se le augura una proyección interesante, pacta con el club su continuidad cerrando así un tira y afloja que amenazaba con enquistarse. Atrás quedan unos cuantos episodios que, la verdad, traían a la memoria determinadas negociaciones que en su momento convulsionaron la vida del club, alguna de las cuales aún colea en el subconsciente colectivo y hasta contamina el aire de los despachos, como se comprobó en el inicio de la presente temporada.

En esta oportunidad el desenlace ha sido el deseado, el buscado. No están los tiempos para descapitalizar la plantilla y tampoco para tentar a la suerte o forzar situaciones de no retorno. Esto último alude a Nuñez, que se embarcó en una aventura reivindicativa que le abocaba irremediablemente a la frustración. Daba la sensación de que el futbolista no estaba en lo que celebraba y/o era víctima de un asesoramiento diseñado por el enemigo. Habiendo como había un contrato largo en vigor donde se estipulaba el precio de su libertad en 30 millones de euros, objetivamente el club podía manejar a su antojo todas las bazas.

Revisado el escenario previo a la firma del pasado martes, falta por conocer qué es lo que ha posibilitado esa firma. El Athletic, según reveló Rafa Alkorta, había efectuado tres propuestas a Nuñez, que este ni se dignó a responder. Recientemente hubo una cuarta, que en algo diferiría de las anteriores. Será en la ficha a percibir, en la duración del vínculo o en la desaparición de la cláusula, desde cualquier perspectiva el aspecto más llamativo del consenso alcanzado. Son suposiciones, pero lo cierto es que Nuñez no se limitó a escuchar la cuarta oferta sino que le dio el visto bueno.

Lo que no ha variado un ápice es el rol que Nuñez desempeña en el equipo. Sigue siendo el tercero en el orden jerárquico de los centrales y sale al campo si quienes le preceden en el escalafón están indispuestos o si al entrenador se le ocurre utilizar el dibujo táctico de los tres centrales. No se olvide que era el gran argumento, la causa que Nuñez insistía en esgrimir como origen de su malestar e impulso profesional para querer hacer las maletas. Por tanto, para hallar la clave parece razonable remitirse al dinero o a la eliminación de la cláusula, más que al hecho de que se añadan dos años a los que ya constaban, de 2023 a 2025.

Desde luego, Nuñez no ha contribuido a aclararlo. En los veintidós minutos de la rueda de prensa del miércoles, se ciñó estrictamente a lanzar un par de mensajes muy elementales (había realizado una reflexión personal y se inspiraba en su incondicional amor a los colores), repetidos unas ¿veinte veces? para evitar responder a las pacientes preguntas que trataban de indagar, lógicamente, en los pormenores de un proceso con un final sorprendente, que era lo que justificaba el encuentro con la prensa, casi al nivel de la noticia en sí misma.

Sin duda, el hermetismo del protagonista afectó al impacto del acuerdo recién sellado, minimizó su contenido y, lo que es peor, sirvió para alimentar interpretaciones sibilinas y en absoluto disparatadas. Porque es evidente que Nuñez ha conseguido dejar abierta una puerta por si más adelante vuelve a plantearse que su futuro está en otra parte. Antes estaba atado al Athletic por una cláusula, ahora queda a expensas de acordar con el club cuál es su precio de venta o, en última instancia, de que lo establezca un juez.