E aquí un reto, uno de esos desafíos mayúsculos que de vez en cuando se plantan ante los ojos de un columnista. “Escriba usted un artículo de opinión sobre la Larus michahellis lusitanius”. Solo con pronunciar el término como mandan los cánones y escribirlo sin cometer una sola falta de ortográfica latina (me vienen recuerdos del Padre Armentia, que tanto empeño puso en remontarnos hasta las fuentes de la lengua nativa de Cicerón...) uno ya debiera darse por satisfecho.

A uno se le queda cara de idiota cuando escucha el mandato y solo de pensarlo le viene a la memoria aquel juego de palabras infantil: “Mira, una gaviota; como tú de idiota. Porque la Larus michahellis lusitanius no es sino la gaviota patiamarilla, a cuyos ejemplares adultos describe la biología de la siguiente manera. “Tienen el manto de color gris, las puntas de las alas son negras manchadas de blanco y el resto del plumaje blanco. Las patas y el pico son amarillos, éste con una mancha roja en el extremo de la parte inferior”. He aprovechado la ocasión para contárselo ahora que nos anuncian que las gaviotas patiamarillas están desapareciendo de nuestro paisaje.

¿Por qué?, es la pregunta. De inmediato una sospecha del mayordomo habitual: el cambio climático. Al parecer no es del todo cierto. Una enfermedad endémica ha provocado el descenso de los ratios de población. Y si a ello se le suma el cierre del vertedero de Jata, uno de sus comederos de costumbre (no por nada hay quien ha llamado a las gaviotas, al igual que a las palomas, ratas del aire por su hábito de alimentarse de desechos orgánicos acumulados por el hombre y de mancharlo todo al evacuarse al vuelo), ahí aparecen las razones que explican el descenso de su población.

Si se mantiene esta caída desaparecerá el juego infantil del que les hablaba y dejará de tener sentido y perderá el sentido llamarle así, La Gaviota, a la plataforma de gas que mira hacia Bermeo (¿acaso no es uno de los pocos almacenamientos offshore, es decir, en mitad del mar?) y que tantas promesas trajo. Su aparición aliviaba la soledad de los náufragos con la promesa de tierra.

Se destacó mucho por ser una de las grandes fábulas del siglo XX y fue editado el libro en inglés con el nombre de Jonathan Livingston Seagull creada por el escritor novelista Richard Bach. De Juan Salvador Gaviota le hablo, que tanta libertad nos traía con sus vuelos. l