veces es andarina y otras tantas andariega; en no pocas ocasiones lleva prisa y en otras tantas se regodea en el paseo. Bilbao ha sido siempre así, una ciudad de zapato que se cruza de punta a punta con el callejeo de toda la vida. ¿Cómo es posible, entonces, que alcance la categoría de noticia un hábito tan común, una costumbre de suelas gastadas? Porque en su abanico de posibilidades la villa ofrece, hoy más que nunca, una variedad considerable. Desde los ya clásicos del metro y el tranvía hasta las más avanzadas bicicletas eléctricas pasando por el autobús, el tren o el coche, en su versión privada o como servicio público, es decir, el taxi. Si a ello se le suma el florecer de los patines, el segway y cualquier otra variedad de este estilo (sin olvidar algún que otro proyecto más avanzado como el de la navegación, que también se ha barajado en los últimos tiempos...), lo extraño sería, por la ley de probabilidades, que anduviésemos.

Y sin embargo ahí están, estamos. Anda que te anda. Callejear no es detener el tiempo, sino adaptarse a él sin que nos atropelle: apretando el paso o dejándose llevar con tranquilidad. De paseo o de compras, de charla o a esa cita urgente. El paso del tiempo no nos ha cambiado: seguimos dispuestos a movernos con soltura. Quizás porque bien sabemos que la vida no es una tecnología, ni una ciencia. La vida es un arte que ha de sentirse. Es como el caminar por una cuerda floja.

Así los estudios realizados en Radiografía de los hábitos de movilidad nos recuerda que ir a pie es nuestro medio de transporte favorito. El legendario coche de San Fernando. Nos anuncian que los otros coches, los matriculados, también han subido su uso, dicen que para evitar el contagio al aislarse tras sus puertas. Es posible pero eso será pasajero, si me lo permiten decir así. Somos Homus viandantus.