SÍ discurre nuestra vida (la nuestra, quiero decir, en una escala mayúscula: la de toda la raza humana...) en los últimos meses: fuera de lo común. En realidad ha pasado tanto tiempo ya que uno no tiene claro qué es lo común y, lo que es más preocupante aún, qué será lo común en un futuro incierto. Esa misma incertidumbre es la que nos cambia el paisaje tan a menudo, casi a diario. Miremos el día de hoy como ejemplo. Sin ir más lejos, las prisas por salir del atolladero ha llevado a que crezca la demanda de losautotest del covid en las farmacias, no sé muy bien si para aplacar los nervios por el desconocimiento sobre si uno está infectado o no, para poder reunirse en las fechas navideñas o porque ya no se sabe bien qué hacer aunque nos lo han repetido hasta la saciedad: usar mascarillas y guardar distancias de seguridad. El problema es que para una parte de la población, como acaba de verse en Derio con una fiesta que se prolongó abierta hasta el amanecer, como en la legendaria película de culto de Robert Rodriguez (lástima que no acabase de la misma manera...), esas medidas son incómodas, aburridas o un atentado contra su libertad, manda cojones.

Esa alteración de lo común provoca extrañas variaciones para la vida de más de uno. Al fin y al cabo, parece lógico pensar que si haces lo que no debes, acabarás sufriendo lo que no mereces y no es esa una buena desembocadura. ¿Qué hacer, entonces? Es difícil dar con la tecla mientras la ciencia nos insta a ser corderos para no empeorar. ¿Acaso no fue aquel matemático que acabó ganando un premio Nobel de Literatura, Bertrand Russell, quien nos dijo que aún cuando todos los expertos coincidan, pueden perfectamente estar equivocados? Esa idea suena como si fuese fruto caído del árbol del sentido común. El problema es que estamos fuera de lo común, les dije.