SOLO falta que silbe el viento, se aclare el asfalto y cruce una bola rodante de hierba seca -un estepicursor de toda la vida- por la escena. A un lado, la legión de los taxistas; al otro, los conductores de Uber que han llegado al pueblo con el propósito de conquistarlo. El sheriff mira desde la distancia con recelo. Intuye que va a desatarse un tiroteo de recursos interpuestos, demandas y demás refriegas entre los taxistas y Uber.

Al ciudadano de a pie no le es fácil posicionarse. Ante sí aparecen el taxista y sus excesos, cuando los hay, y el conductor de un VTC -léase ahora Uber pero puede ser cualquiera...-, que salta a la arena sin otros conocimientos que los propios de la conducción. El taxi está obligado a llevar el datáfono siempre encendido. De no llevarlo no puede circular por la ciudad. Si al usuario no le funcionara la aplicación del móvil para pagar o no llevase efectivo, el taxista está obligado a llevarle hasta un cajero para sacar dinero y cobrar. Esa carrera, hasta el banco, no la debe cobrar. Aunque la carrera sea mínima, el taxista debe aceptar mi viaje. Su discurso esta lleno de información instructiva. Uber ha sabido aprovechar no solo los sistemas de navegación o del pago on line, sino el uso inteligente del big data para ofrecer una experiencia de usuario óptima y un despliegue eficiente de la flota. Ambas historias suenan bien y, sin embargo, ha comenzado la cuenta atrás, espalda contra espalda. ¡Qué miedo!