HABRÁ quien diga que tienen pájaros en la cabeza, algo propio de muchos nosotros, los ignorantes. Porque basta con verles, a Paco y a David, para comprender que son capaces de remontar el vuelo cuando les sueltan las cadenas, cuando les medican con buenas dosis de confianza, algo de apoyo; cuando uno no mira con reparos sus credenciales de “enfermedad mental” que tanto estigmatiza. Han aprendido que solo te pueden hacer sentir inferior si lo permites, ha sujetar las riendas de ese potro salvaje del descontrol que a veces se desbocaba en su interior creyendo en ellos, no tratántadoles como una maldición sino como alguien que necesita un hombro sobre el que apoyarse. El mensaje de los pisos tutelados es claro: creemos en ti. Al fin y al cabo, si no esperas cosas de ti mismo es imposible que puedas hacerlas. Y ellos ahora sí pueden, vaya que si pueden. A la vista está.

Muchos pensaban, pensábamos, que existe una palabra para definir el momento en que fantasía y realidad se mezclan: locura. Visto el ejemplo de David y Paco... ¡cuán equivocados estábamos! Hasta hace muy pocos años, la incapacitación y la tutela de las personas con discapacidad, en general, y con enfermedad mental, en particular, se concebía como la privación de la voluntad de esas personas, como la cancelación de sus deseos o intereses, y, en consecuencia, su voluntad quedaba totalmente anulada por la voluntad de la persona que era designada como tutor.

Hoy en día se concibe a la persona con dicha discapacidad mental como sujeto de derechos, como persona con sus intereses y deseos que deben ser respetados. Se trata de completar la capacidad de las personas para que éstas puedan llevar a cabo todos los actos que sean acordes con su plan de vida. Sin cadenas.