Hace ya unos cuantos años, Robin Dunbar propuso que el número aproximado de personas con el que nos relacionamos de forma habitual es de ciento cincuenta (el llamado número de Dunbar). En esa cifra se incluyen las personas con las que nos relacionamos en casa, el trabajo o la calle, y también aquellas con las que interactuamos en las redes sociales de internet.

Ahora bien, no nos relacionamos con todas ellas del mismo modo. Hay diferentes niveles de interacción. Las relaciones pueden, de hecho, visualizarse en una estructura de esferas concéntricas. En la más interna se encuentra la familia o, dependiendo de los casos, el núcleo de apoyo, el puñado de personas que ayudan en los momentos difíciles. Ese grupito lo forman alrededor de cinco personas. No obstante, quienes tienen una familia grande tienden a tener menos amistades cercanas y ocurre lo contrario con quienes no tienen apenas familiares. Otras diez personas, en promedio, son las amistades más cercanas. Treinta y cinco personas más son las que consideramos amigos o amigas. Y las cien que quedan hasta los ciento cincuenta, son las conocidas con las que tenemos trato frecuente.

Si hacemos el cálculo simple de dividir las tres horas y media entre las ciento cincuenta personas con las que nos relacionamos, obtenemos, en promedio, cerca de minuto y medio con cada una de ellas. Pero ese dato, en realidad, no dice gran cosa. El 40% del tiempo que dedicamos a relacionarnos con los demás, lo empleamos con el círculo más próximo. Eso significa que a cada una de esas personas le dedicamos unos diecisiete minutos al día. Igualmente, al grupo de buenos amigos le dedicamos el 20% del tiempo o, lo que es lo mismo, algo más de cuatro minutos diarios a cada uno. Por último, a cada una de las personas de las dos últimas esferas le dedicamos algo más de medio minuto diario.

A la hora de valorar esos datos, hay que tener en cuenta dos cosas. Por un lado, sobre todo en el caso de las personas pertenecientes a la categoría de amigos y conocidos, es muy normal que no se interactúe con ellos todos los días. Pueden pasar semanas, incluso, sin que se mantenga una conversación. Por lo tanto, en las ocasiones en que se mantiene, el tiempo de interacción puede ser bastante más largo. Por otro lado, muchas de esas interacciones no se desarrollan cara a cara, sino a distancia, ya sea por teléfono, mediante mensajería instantánea o a través de redes sociales de internet.

Otro elemento importante es la distancia a la que nos encontramos de todas esas personas. En este aspecto opera la regla de la media hora, el tiempo durante el que estamos dispuestos a desplazarnos para estar con alguna persona de nuestros círculos. Pero, curiosamente, la frecuencia con la que interactuamos a distancia con alguien es mayor cuanto más cerca de nosotros vive.

Por último, las relaciones cambian a lo largo de la vida: las personas entran o salen de esas esferas. Cuanto mayor sea la frecuencia con la que nos relacionamos con alguien, más probable es que la relación se prolongue. Por eso, si queremos que una relación se mantenga, conviene que la cultivemos. No sobrevive sin atención.