IENE uno una perspectiva elevada de su propio compromiso hasta el éxtasis de la ética y la entrega mientras no se obliga a medirla con el compromiso de otros. No es que caiga en saco roto la implicación personal pero sí adquiere una dimensión que da una inyección de ánimo por pura ósmosis, por contacto con la fuerza y convicción de otras experiencias.

Al que suscribe le sucedió ayer en la entrega de los Premios Sabino Arana. Cada uno en su dimensión, una constante se reprodujo entre el padre Luis Ugalde, Luis Mari Bengoa, Balonmano Bidasoa, Amaiur Gaztelu Elkartea, Salvamento Marítimo Humanitario o Basque Culinary Center. Admito que es más fácil empatizar con esa labor en la emoción cuando se acompaña de chispazos llamativos y seguramente se valora sin justicia suficiente la constancia de una vida, de un compromiso insistente, que obliga a informarse de los méritos allí donde no se abren informativos con la labor comprometida y anónima. Pero hay situaciones que te despiertan el ánima. Un grito de libertad que, en la armonía del evento, pide su lugar para recordarnos que hay quien siente, ama y sufre Venezuela; una incontenible emoción que quiebra la voz e hidrata el espíritu con las lágrimas de la memoria del sufrimiento ajeno en el Mediterráneo, donde tantas expectativas vitales han sucumbido en la inmensidad cruenta e insensible de una masa de agua impenitente.

En el balance de vidas entregadas a la convicción de preservar las raíces propias de una tierra, una tradición y una cultura fértiles y las históricas de un pasado orgulloso que nos recuerda que somos porque fuimos; o de proyectar la excelencia en una labor cuya profundidad queda casi diluida en el disfrute del paladar o en la comunión de un sentimiento de pertenencia que, también en lo deportivo, forja un carácter compartido. Vivir es comprometerse; el resto es pasar.