US barcos, con los que competía en la Copa que llevaba su propio nombre, se llamaban Fortuna y Bribón. Eso tuvo que dar pistas, pero el salvador de la democracia española tenía bula y privilegios de todo tipo para eso y para más. Un impúdico fortunón, yates, palacios, amantes... y, en fin, una vida más que regalada, usurpada a sablazo y braguetazo limpio. Era -lo dice el teniente fiscal del Tribunal Supremo- un comisionista internacional. Parece que lo de rey lo ejercía en sus ratos libres. Blanqueo de capitales, delito contra la hacienda pública, cohecho y tráfico de influencias, nada menos, son las acusaciones sobre las que la Fiscalía del Supremo observa "indicios" suficientes sobre Juan Carlos I. Esto ya pasa del consabido "presuntas irregularidades" del emérito. Es gravísimo, porque afecta de manera directa a la Jefatura del Estado, tanto a su titular anterior como al actual, salpicado por las corruptelas de su padre mientras no las denuncie públicamente. Seguro que el emérito comisionista se habrá cabreado como un mono desde su majestuoso escondrijo de Abu Dabi al conocer la filtración del informe fiscal a la justicia suiza. Sus abogados, por de pronto, ya están haciendo su trabajo denunciando la vulneración de derechos que está sufriendo, el pobre. Es necesario repetirlo: blanqueo de capitales, delito contra la hacienda pública, cohecho y tráfico de influencias. Eso, dentro de las investigaciones en las que está en curso, sin que puedan descartarse otras. Llegado a este punto, la Casa Real y el Gobierno español tienen un marrón. Algunos partidos piden que el Congreso de los Diputados investigue estas andanzas del emérito. No les arriendo la ganancia. Sabemos que estas comisiones de investigación sirven para el barullo político, pero poco para esclarecer las cosas. Ahora que Baltasar Garzón quiere volver a la judicatura, sería interesante verle juzgar la causa: el juez estrella contra el rey comisionista. Un cuento, vaya.