NO empieza bien la gestión de confianzas que le corresponderá a Pedro Sánchez en caso de que se cumplan los vaticinios electorales y esté en disposición de liderar la próxima legislatura española. Cuando uno no dispone de una mayoría absoluta -y no dispondrá de ella- no basta con que los números te den con un socio preferente. En caso de que la suma con Unidas Podemos o con Ciudadanos le asegurase la investidura, es de primero de liderazgo mantener abiertas las puertas con otras fuerzas para no depender en exclusiva de uno solo. Y la jugada que le ha hecho el Ministerio de Hacienda -o se la ha hecho él mismo, que tanto da- en la negociación de las transferencias a Euskadi le resta fiabilidad como interlocutor. Es un viejo caramelo el de los técnicos del Ministerio y su deseo de modificar el sistema de cálculo del Cupo y, en este caso, de la valoración económica de las transferencias. La batalla la dieron durante años hasta 2017 y la perdieron por la decisión política de renovar el acuerdo de Cupo que impuso Rajoy porque necesitaba al PNV en sus presupuestos. El sistema de cálculo es el tuétano de la relación bilateral en materia económica. Más que la propia letra del Concierto, es la aplicación de la fórmula lo que determina la estabilidad o inestabilidad de esa relación. El intento de cambiar de baraja en mitad de partida para meter unas cartas marcadas dice poco de la lealtad de Pedro Sánchez o de su liderazgo entre sus subalternos. Pero lo absurdo es que, con tanto en juego, todavía hay quien seguirá sacando brillo al relato autosatisfecho de pasar facturas al dedo del PNV por las transferencias no recibidas -todavía-. Hasta que le caiga encima la luna.