DESPUÉS de las jornadas transcurridas en el juicio a los líderes políticos del procés, va quedando claro que el asunto no avanza en la dirección que esperaban quienes lo pusieron a rodar. A los fiscales y la abogada del Estado les están sacando cantares, dejándoles por incapaces o desinteresados las mismas voces que les jaleaban a hacer picadillo a los acusados con razones como puños. El problema empieza a ser que los puños parecen ser las principales razones que sustentan todo el caso. No es lo mismo calentar a la opinión pública española a través del consorcio político-mediático para conseguir su “a por ellos” que acreditar una tipificación delictiva concreta en la que hacen falta más que los verbos encendidos para que adquiera peso judicial frente a las garantías de un proceso penal en un estado democrático. Que ya hay quien pretende que se rebajen un poquito por aquello de que no se acaben yendo de rositas, aun a costa de que el resultado sea rebajar la calidad democrática. Total, hasta que llegue a las instituciones internacionales... Pero el caso es que, en pleno proceso, se filtran a los medios afines nuevos informes policiales que, como los que sujetan el relato de la acusación, pretenden alimentar la mirada compartida con afirmaciones cargadas de “sin que pueda ratificicarse fehacientemente, cabe pensar que”. Sin trascendencia para el juicio, el objetivo ya no es ganar en el tribunal sino en la calle. Pero, solo nueve sesiones después, recurrir a esto es indicio del que se puede inferir -parafraseando los informes policiales- que no les va tan bien a los acusadores como esperaban.