EL Athletic alcanzó el ecuador de la liga salvando el tipo en los campos del Madrid y el Sevilla, citas que tradicionalmente se encaran con resignación. Es natural que siendo estos 180 minutos uno de los peores tragos de la primera vuelta, el hecho concreto de eludir la derrota fuese muy celebrado. Más discutibles serían las valoraciones del comportamiento del equipo, en general muy complacientes, quizás en exceso.

Juzgar en función del resultado suele distorsionar el análisis del fútbol, además de orientar a gusto del consumidor las sensaciones y el mensaje consiguiente. En este caso hablamos de marcadores favorables en contextos complicados, lo que invita a sacar pecho e incidir en las virtudes exhibidas, aunque cualquier espectador con un mínimo de ecuanimidad sepa que el Athletic estuvo seriamente expuesto a salir trasquilado en ambos escenarios. Sin especular ni fantasear, del desarrollo cronológico del juego, el paulatino decaimiento del equipo y las ocasiones computadas en el área de Simón, se deduce que el Athletic se libró por los pelos de reeditar la historia que acostumbra a escribir en esos estadios. Muy normal no es que los rivales choquen cinco veces con los palos, anécdota feliz que certifica un dato cierto, al igual que no es fruto de la imaginación la aportación del portero, los centrales y el resto de los hombres a una causa inspirada en la capacidad de resistencia del bloque diseñado explícitamente para destruir.

Alegrarse por la forma en que acabaron ambos duelos o agradecer el enorme esfuerzo realizado, no debería ser impedimento para admitir la fragilidad de esta clase de planteamientos y actuaciones. Salió bien, es objetivo, pero las palmadas bien pudieron transformarse en cuchilladas porque lo de perder se digiere muy mal cuando se apuesta todo a la defensa.

Con marcadores engañosos conviene aquilatar las sensaciones, así como el contenido del mensaje posterior para, por ejemplo, no olvidar que sumar frente a rivales poderosos sirve lo mismo que hacerlo ante los modestos. Por otra parte, sumar fuera dos puntos de seis está bien, pero resulta que el Athletic traía un punto de las dos jornadas precedentes, lo que hace un saldo de tres sobre doce. Y en esas citas, Betis y Eibar, la imagen del equipo dejó mucho que desear.

No parece infundado suponer que el temor a entrar en caída libre tras el fallido derbi con los armeros impulsase la novedad táctica con la que Garitano sorprendió en Madrid. Sustituyó el sistema empleado en todo tipo de exámenes durante un año por una fórmula que subraya con trazo grueso la vocación defensiva del equipo: cinco atrás, dos medios defensivos y tres puntas para iniciar la presión, dos de las cuales se agregaban a la zona ancha para tapar huecos. Cero a cero en el Bernabéu y repetición de la jugada en Sevilla, donde ni el 0-1 alteró el paso del equipo, obsesionado con protegerse.

La excusa del superior potencial de los contrarios salió perfecta, ha servido antes y después de estos partidos, y, atención, conecta con el argumento central que viene a decir que con lo que tenemos no cabe aspirar a más. Una cantinela con la que se machacó desde los diversos estamentos del club en otra época. Entonces, con el cambio de entrenador se demostró que era mentira, que había equipo para hacer bastante más.