Después de la política de humillación a la que se le ha sometido por haberse exiliado, hay que reconocer que el papel del político catalán es decisivo, pero más aun su contribución a sacar a España del pozo séptico que es la Transición. La colaboración catalana a la descentralización ha sido modélica, aunque también ha sido meritoria la de ERC, que le ha servido al Gobierno para ocultar la mala imagen del 155 y del procés en el mundo, pues a Madrid le ha reforzado su imagen en Europa, aunque Puigdemont desde el exilio ha sabido aprovechar la ventaja caída del cielo al ser imprescindibles los votos de Junts para mantenerse Sánchez en La Moncloa. Fue contundente imponiéndole las condiciones para firmar la ley de amnistía, pero después hacer temblar a toda España, pues rechazó el ardid de Bolaños. Quizá Sánchez crea que el trago ya lo ha digerido, pero debe asumir que Puigdemont puede derribar su gobierno, lo cual sería una tragedia si tiene que convocar nuevas elecciones, pues la derecha ganaría. Los catalanes van a conseguir pactar un referéndum, aunque solo con status de estado asociado, con un acuerdo financiero especial que equilibre el insoportable déficit estructural de Catalunya. Después, Sánchez ya sabe que vienen más exigencias, pues en Bildu son cautos y no se prestan a actuar de muleta de nadie. No cabe duda de que Puigdemont es un gran estratega al que habría que agradecer el impulso democrático al Estado español, junto con los avances vascos arrinconando a las derechas montaraces, el obstáculo eterno para que el Imperio salga de la Edad Media.