Asombra, lo selectivo de algunos dignatarios de la Iglesia católica a la hora de calificar como pecaminosas, las conductas de los demás. Nos dice el obispo de Tenerife que la homosexualidad es pecado. Resulta sangrante que el comportamiento libremente elegido por adultos sea tan censurable, mientras la sistemática violación y abuso de tantos menores durante tantos años, no reciba más que disculpas cuando no victimismo descarado. Esperamos también de su eminencia la misma censura, para tantos comportamientos dentro y fuera de su institución eclesial, contra los derechos de la mujer. ¡Ah! Y por cierto. El adulterio público y continuado... ¿Solo es pecado para quienes no pertenecen a reales familias?