Hace tiempo que analizo un extraño fenómeno. El vecindario acude a mi casa dos veces por semana entonando cánticos místicos. Enciendo la cocina y brota una llama cual zarza perpetua. Procedo a la epifanía de freír en sartén un filete de ternera. El bistec abraza, con prudencia, el aceite de oliva virginal. Nada; otro milagro fallido y filete cocido en su propia agua en lugar de frito. La fe mueve montañas, convierte el agua en vino cosechero y multiplica panes y peces. Pero saber de cierto como se gestionan las macrogranjas, granjas intensivas y sus correspondientes consecuencias para la salud alimentaria y medioambiental, solo estaría al alcance del buen Dios: otra vez la fe... A Alberto más ganado, menos comunismo Garzón, le dedicó esta pancarta la carcunda que invariablemente antepone el dinero a la salubridad. El ministro de Consumo dijo lo que tenía que decir, refrendado por la OMS, aunque no fuera electoralmente saludable. Y los perniciosos, atentos a cualquier movimiento, no podían rehuir la ocasión de morder y trocar discursos preñados de obviedades, en bulos impúdicos. La excusa perfecta para cocinar un Garzón a las finas hierbas (veremos). Y comenzó el paripé de acariciar vacas, ovejitas y cerditos, antes de hacerlo en la intimidad de un restaurante... Docenas de pueblos sin agua potable por filtración de purines. Se tiende a mezclar temas serios con ideologías políticas. Deplorable...