Salto a los oricios del almuerzo. Siento pena por ellos porque los admiro. Son seductores, directos por su pleno sabor a mar y, como dirían los argentinos cancheros, listos y astutos en el mundo marino donde todos son distintos. La cotidianidad humana se reproduce sin pausa pero cuando de repente aparece algo nuevo, distinto, se asoma una escena insólita que serviría en función del contenido como apología de lo marciano. Admiramos las diferencias según intereses, y aunque su aportación sea nula por no buscar una solución se admiten por aquello de por la paz un Ave María pudiéndose dar circunstancias en las que , en teoría, las obligaciones son las mismas? Lástima que los oricios no puedan dar sus impresiones sobre la diversidad de su mundo. Su sabor provoca opiniones encontradas. Suman, con su existencia y su aportación, a la riqueza marina y poseen una cantidad de propiedades que invita a reparar en ellos pese a su no aceptación.
¿Será que los humanos no terminamos de aprender?
Marian de León Bilbao